
Los buenos managers roban y no trabajan
La gente que me conoce sabe que siempre intento dar una mirada distinta a los paradigmas de negocios tradicionalmente aceptados,
En el mar de expectativas sociales que nos generan los estereotipos y la creciente necesidad de mostrarnos exitosos, donde los títulos y los logros parecen ser la brújula que guía nuestra existencia, surge una pregunta que tiene el poder de sacudir los cimientos de nuestra comprensión más superficial: ¿Quién quieres llegar a ser?
No parece ser casualidad que esta reflexión me llegue a través de las palabras de una joven, que pronunció hace un tiempo su discurso de graduación de un máster en Estados Unidos frente a cientos de familiares, amigos y compañeros. Mientras el mundo empuja con su típica interrogante pragmática —¿Qué vas a hacer?— ella nos invitaba con sus palabras a un viaje mucho más profundo. Con una mezcla de gratitud y reflexión, compartió que esa pregunta, aunque común y válida, no era la que más deseaba escuchar.
Vivimos en una sociedad obsesionada con el hacer, con los resultados, con las etiquetas que nos reducen a una función. Abogado, ingeniero, emprendedor… palabras que definen un rol, pero que jamás podrán capturar la complejidad de un alma en construcción. Nuestra verdadera riqueza no reside en lo que hacemos y producimos, sino en quienes nos atrevemos a ser.
Hay una frase que resuena como un eco en mi memoria y, aunque no recuerdo quien la dijo, su significado sigue siendo un faro en mi reflexión sobre la importancia del autoconocimiento; «Quien no paga el precio de conocer sus sombras, no disfrutará la prosperidad de su luz». Estas palabras nos recuerdan que el verdadero crecimiento no es un camino de rosas, sino un sendero que atraviesa terrenos incómodos y dolorosos de nosotros mismos. Mirar nuestras sombras no es un acto de autoflagelación, sino de valentía. Es reconocer que nuestros miedos, inseguridades y heridas son también mapas que nos guían hacia nuestra transformación. Cada patrón inconsciente, cada reacción automática, es una invitación a comprendernos más profundamente y a leer el por qué de cada pensamiento, sentimiento o acción.
El liderazgo del siglo XXI no se mide por títulos o números, sino por la capacidad de conexión interna. De hecho, cada vez importan menos los pergaminos que creíamos nos definían como personas y profesionales. Las mal llamadas habilidades blandas, o mejor dicho, habilidades esenciales, son las que marcarán el camino del líder. Son ellas las que no se aprenden en la universidad ni se entregan en título. Ese líder es aquel que ha hecho las paces con su propia humanidad, que entiende que inspirar no es dar órdenes, sino movilizar a través de la creación de espacios donde cada ser pueda florecer en su máximo potencial.
Entonces, dejemos de preguntarnos obsesivamente qué haremos con lo que sabemos y dediquemos ese mismo tiempo en explorar quiénes queremos ser. Porque al final, la vida no es una lista de logros, sino una obra de arte en constante creación.
La invitación está en la mesa: mírate más allá de tus funciones. Explora tus capas. Reconoce tus emociones. Atrévete a ser más que un título, más que una profesión. Sé un proceso, sé un viaje, sé una constante evolución. Es la invitación que te hago en mi últmo libro, TÚ, a través de un viaje de entrenamiento mental.
¿Estás listo para ese viaje?
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