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Hace pocas semanas el Media Lab de MIT publicó un documento titulado “Your Brain on ChatGPT: Accumulation of Cognitive Debt when Using an AI Assistant for Essay Writing Task”. con resultados tanto contundentes como sorprendentes. Más de 50 jóvenes de entre 18 y 39 años fueron sometidos, durante cuatro meses, a sesiones de escritura de ensayos bajo tres condiciones: sin tecnología, con el buscador de Google, y con ChatGPT. Mediante electrodos se descubrió que los usuarios de IA mostraban la conectividad neural más baja, rendimiento cognitivo deteriorado, menor capacidad para recordar lo que habían escrito e incluso un sentimiento reducido de «propiedad» sobre sus textos. Los resultados también evidenciaron que los grupos “solo cerebro” y “Google” mantuvieron buena memoria, originalidad y actividad cerebral, mientras que el grupo de IA mostró “pereza metacognitiva” y una creatividad diluida por la dependencia algorítmica.
Aunque el estudio es pequeño en la muestra y aún no está revisado por pares, sugiere que el impacto del uso de los modelos grandes de lenguaje (LLM) a largo plazo podría dañar el aprendizaje y generar deterioro relevante, especialmente en los más jóvenes, por lo que Natalya Kosmyna, investigadora en el grupo Fluid Interfaces del MIT Media Lab y profesor visitante de investigación en Google y autora del artículo, prefirió publicarlo antes de esperar a que «algún legislador proponga «hacer el jardín infantil GPT».
Sin embargo, cuando hablamos de este tema, inmediatamente se alzan voces que nos recuerdan paralelos recientes. Cuando las calculadoras de bolsillo se popularizaron en los años 80, muchos temieron que los estudiantes perdieran la habilidad de calcular sin ayuda. Y sí: hoy no recordamos tablas de multiplicar con la misma facilidad. Pero la prudencia y enfoque en el uso educativo permitieron que se integrasen sin tragedia cerebral. Me gusta mostrar otro ejemplo, esta vez con el uso de los mapas, que me resulta muy familiar por Mapcity. Nuestra dependencia actual a las apps de mapas como Google Maps o Waze nos han llevado a debilitar estructuras cerebrales vinculadas a la navegación espacial. La amígdala y el hipocampo –guardianes de la memoria geográfica– ahora trabajan mucho menos.
Hasta hace muy poco en en Chile y el mundo no existían visiones unificadas en torno al impacto que la IA generativa podría tener en el pensamiento crítico de los futuros profesionales. Los nuevos estudios están ayudando a comprender ese impacto real, esa «deuda cognitiva» que tendremos que pagar de alguna forma, por lo que no queda otra que centrarse en discutir cómo podemos minimizar los riesgos ante la IA generativa, desde los sesgos hasta pérdida de competencias humanas.
La IA nos ofrece maravillosas herramientas. Pero si no ejercitamos la memoria, la creatividad y el juicio crítico, las haremos flaquear.
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