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Muchas cosas en la vida pasan por eso que llamamos casualidad. Sin embargo, la gran mayoría de las cosas pasan
¿Por qué hay personas que, incluso en medio de dificultades, parecen vivir con más alegría, mientras otras se sienten insatisfechas aunque todo parezca irles bien?
En el último tiempo he visto un creciente interés en este tema y la oferta por esta receta ha crecido exponencialmente. Pero no se trata de algo nuevo. Durante décadas hemos buscado la fórmula de la felicidad, pero pareciera ser que hoy la ciencia empieza a darnos respuestas más claras.
Un estudio reciente liderado por el reconocido psicólogo, filósofo e investigador de la U. de Edimburgo, René Mõttus, junto a investigadores europeos y con datos de más de 20 mil personas, concluyó que la felicidad está fuertemente ligada a nuestra personalidad, con una correlación mayor al 80%. Rasgos como la estabilidad emocional, la energía, la capacidad de mantener la calma bajo presión y la confianza en los demás se asocian con una vida más plena. En cambio, la tendencia a postergar decisiones, sentirse cansado con frecuencia o vivir con miedo a la soledad suele acompañar niveles más bajos de satisfacción. Eso significa que quién eres — tus rasgos estables de personal y sus matices — importan muchísimo para qué tan satisfecho te sientes con la vida que las circunstancias inmediatas.
Pero esta idea no vive aislada. Se conecta directamente con el ya conocido y famoso Estudio de Harvard sobre el Desarrollo Adulto, que ha seguido durante más de 80 años la vida de hombres y mujeres en Estados Unidos. Su hallazgo más contundente es que la calidad de nuestras relaciones es el mejor predictor de la felicidad y de la salud en la adultez. Más que el dinero, la fama o los logros profesionales, lo que realmente sostiene una vida satisfactoria son vínculos de confianza, apoyo y cercanía.
Cuando ponemos ambos estudios en diálogo, la conclusión es poderosa: nuestra personalidad influye en la forma en que construimos relaciones, y esas relaciones son la base de nuestro bienestar a largo plazo. Un carácter abierto, estable y confiado favorece amistades sólidas y vínculos familiares nutritivos; y esas redes, a su vez, refuerzan la satisfacción de vida.
¿Significa esto que todo depende de la suerte de nacer con una “buena personalidad”? Para nada. Si bien los rasgos tienen un componente estable, también pueden cultivarse y entrenarse por lo que pueden cambiar durante la vida. La gratitud, la resiliencia, la capacidad de pedir ayuda o de escuchar activamente son habilidades que se desarrollan y que abren la puerta a mejores relaciones y a mayor bienestar.
En Chile, donde la salud mental es una preocupación creciente, estas conclusiones tienen un mensaje claro: necesitamos invertir no solo en tratamientos, sino también en prevención, educación socioemocional y en fortalecer el tejido social. Porque la felicidad no se construye sólo con políticas económicas, sino también con entornos que permitan que la personalidad florezca y que las relaciones se cuiden. Existen rasgos que pueden ser buenos predictores de la satisfacción con la vida y pueden moldearse, por lo que trabajar en ellos puede resultar vital para mejorar nuestros índices de felicidad y bienestar, sobretodo en la adultez. Algunos de ellos son la extraversión, la amabilidad y la gratitud, la responsabilidad y la apertura. En mi rol de coach y mentor, me toca ver con regularidad que aquellos que tienen apertura, están abiertos a nuevas experiencias, desafíos y aprendizajes, tienden a tener mayores niveles de felicidad y satisfacción con la vida.
La felicidad, entonces, no es un misterio ni un privilegio reservado para unos pocos. Es el resultado de quiénes somos y de cómo nos conectamos con los demás. Y quizás la pregunta más valiosa que podemos hacernos no sea “¿cuándo seré felíz?”, sino “qué estoy haciendo hoy para cuidar mi carácter y mis relaciones?”.
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