
¿Sabes decir que NO?
Hace un tiempo tuve la suerte de asistir a una charla del profesor y escritor israelí Tal Ben-Shahar, experto en
															Durante los últimos años mucho se ha dicho sobre las oportunidades que nos traerá la inteligencia artificial (IA) para mejorar la productividad y potenciar nuestras capacidades. Estoy seguro de que es así y creo que nadie podría a estas alturas negarlo. Sin embargo también he escuchado decir que toda esta revolución nos permitirá “nivelar la cancha” y democratizar el acceso a la productividad y el conocimiento. La mala noticia es que la ciencia nos está mostrando otra cara de este fenómeno.
La evidencia emergente demuestra que la IA no ha sido el gran igualador que muchos imaginaron y, por el contrario, ha tendido a amplificar ventajas preexistentes, generando nuevas brechas entre quienes pueden aprovecharla y quienes quedan al margen. Tal como lo plantea un informe de este año de la ONU, que analiza las brechas entre países, demuestra que la aceleración de la IA en empresas tecnológicas y países desarrollados está concentrando recursos, capacidades y beneficios en un grupo cada vez más reducido, mientras el resto observa cómo la distancia se ensancha. Es tanto así que solo el 16% de los países del mundo cuentan con centros de datos especializados en IA. Mientras Estados Unidos, China y la Unión Europea concentran la infraestructura y la propiedad intelectual en IA, América Latina y África luchan por no quedar relegadas a consumidores pasivos de tecnología. Como ya se está comenzando a advertir, sin políticas activas de capacitación y acceso equitativo, la IA puede “profundizar las desigualdades”, modificando profundamente la distribución del ingreso y el poder.
A nuestra escala, un ejemplo confirma esta tendencia: en una investigación de la Universidad de Stanford sobre centros de atención al cliente, se observó que la IA incrementa la productividad sobre todo en trabajadores novatos (igualando, en teoría, el nivel de los más experimentados), pero en profesiones altamente especializadas y contextos de alta competencia, la IA da una ventaja aún mayor a quienes ya eran expertos, haciendo que las distancias sigan creciendo. La falta de profesionales capacitados en IA es vista como la principal barrera para aprovechar los beneficios de la tecnología, agudizando las desigualdades existentes, lo que puede convertir a muchos países y empresas en meros consumidores y no en desarrolladores o beneficiarios activos.
¿Es entonces la IA “niveladora” unautopía? En realidad, donde hay capacidades previas —recursos, talento, redes, educación—, la IA acelera aún más el ascenso, como ha sido siempre con las nuevas tecnologías. Y donde esas condiciones faltan, el riesgo es quedarse mirando cómo la brecha deja de ser digital y pasa a ser existencial, afectando temas tan básicos como el empleo, la soberanía tecnológica, el acceso a salud o educación.
Ad portas de una nueva elección presidencial, es de esperar que el nuevo gobierno que se instale sea capaz de comprender esta urgencia, ya que gran parte de la solución depende de políticas públicas y estrategias de largo plazo de los propios países y su población.
La historia de la tecnología demuestra que no basta con soñar un futuro, hay que construirlo para todos. Tenemos la llave del futuro, pero necesitamos las manos de todos para abrir la puerta.

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