¿Sabes qué inspira tus ideas?

Casi todos los días me toca participar de alguna conversación en donde se habla de innovación, de creatividad y de ideas. Siempre llegamos al mismo punto, intentando entender el proceso creativo que lleva a las personas a innovar. Cuando me preguntan en qué momentos me vuelvo más creativo o se me ocurren «cosas», siempre respondo que la mayor cantidad de veces es durante la ducha, un momento personal e íntimo en donde la mente no está necesariamente trabajando ni contaminada con las actividades diarias.

Intentando analizar el origen de las ideas, llegué a concluir que éstas pueden provenir de distintas formas. La intuición, la comprensión que cada uno tiene del mundo, la combinación de ideas pasadas u otras observaciones que detectan asimetrías o necesidades no cubiertas. Incluso la estética puede ser un originador de grandes ideas y disrupciones, como lo fue la obsesión de Steve Jobs por la caligrafía y su diseño de Macintosh diez años más tarde. Lo interesante es que cuando una idea cruza lo que Steven Johnson, autor del libro «De dónde vienen las ideas«, denomina el posible adyacente, la evolución y la innovación se desencadena naturalmente. Se trata de combinar lo que es posible hoy con lo que está inmediatamente en ese futuro próximo o adyacente. El Mac fue el primer computador del mundo con tipografías bellas. El resto de la historia es conocida.

Pero si miramos las grandes invenciones de la historia, encontraremos un factor común. Al parecer, gran parte de ellas, incluido los computadores, nacieron a partir de la necesidad por jugar o entretenerse. La famosa «caja musical», que a partir de un rodillo codificado con pines permitía hacer sonar una melodía podría considerarse como la primera aproximación a lo que hoy conocemos como hardware y software. Cambiando el rodillo, cambias la música, es decir, el software o programa a ejecutarse.

Sin embargo, para que estas ideas se conviertan en reales innovaciones, útiles y resuelvan una real necesidad, deben evolucionar, pero no evolucionarán de manera natural a menos que las condiciones sean favorables para que germinen, como fue el origen de la vida misma hace millones de años atrás. La innovación no ocurre tampoco de la noche a la mañana, aunque algunos puedan creer en la generación espontánea. Por el contrario, se trata de una maduración lenta, que implica cambios en múltiples aspectos, como los sociales, culturales, tecnológicos, etc. La World Wide Web, cuyo padre fue Tim Berners-Lee al establecer la primera comunicación utilizando el protocolo http de internet, fue conectando pedazos de información y generando combinaciones que, después de más de diez años, originaron los principios de la internet que hoy conocemos. Puro ensayo y error.

Johnson asegura que el error es necesario para que surjan y evolucionen las ideas. De la misma forma como los genes se traspasan de padres a hijos, son las mutaciones de ellos, esos «errores», los que generan los grandes cambios en la evolución. La mayoría fallan, pero los que aciertan son los responsables de que la evolución no se estanque. Para mí está claro que los errores son el pavimento de las carreteras al éxito.

La reutilización de aprendizajes y errores pasados en nuevas aplicaciones o usos no convencionales es otra fuente de inspiración para la innovación, generando nuevas ideas a partir de aquellas antiguas o que no funcionaron. Muchas de las ideas más geniales han sido el resultado de algo que fue creado con un fin totalmente diferente. No todo debe ser tan original y muchas veces las piezas para innovación están ahí, sólo hay que juntarlas.

Por ello, cada vez que alguien me comenta que se encerrará con su equipo a realizar sesiones de brainstorming, mi cara me delata, cuya expresión revela mi pensamiento sobre las reales posibilidades de que desde allí salga una buena y original idea. Servirá para desarrollarla, sin duda, para permitir que evolucione y entender mejor la problemática en dónde podría ser aplicada, pero el germen inicial de ella hace rato habrá nacido en la mente de alguien, aunque él mismo no lo haya descubierto aún.