La primera vez que escuché el término japonés kaizen fue en la universidad, hace ya algunas décadas. Al descomponer la palabra en dos, nos encontramos con los términos kai, que podría traducirse como “cambio” en japonés y zen, que significa “bueno”. El caso de Toyota era el mejor ejemplo académico de su aplicación al mundo industrial en esa época, lo que le ha permitido por décadas, a este gigante del mundo automotriz, la mejora continua, siempre bajo el lema ¡Hoy mejor que ayer, mañana mejor que hoy!”
Una de las gracias que tiene esta metodología, es que las mejoras se realizan a través de pequeños cambios en distintos ámbitos, en general simples y concretos, que permiten avanzar hacia el objetivo buscado. ¿Podría este mismo concepto aplicarse a nuestro ser, a nuestra evolución de consciencia, a nuestro proceso de búsqueda interior?
El objetivo que perseguimos en nuestra vida es individual y, por ende, no tiene por qué ser el mismo para todos, aunque al parecer existe un consenso filosófico o religioso sobre el propósito de la vida, en el cual deberíamos intentar siempre mejorarnos y evolucionar como personas. ¿Te has preguntado alguna vez a qué venimos los seres humanos al mundo? Hoy se habla mucho de propósito personal y algunos incluso han llegado a agregar un nuevo término a la escala de motivaciones de Maslow para darle un lugar e importancia más relevante. En efecto, según ellos, la autorrealización ya no sería suficiente. Hay que ir por más, por la trascendencia.
Últimamente he conocido mucha gente que está en la misma, en esa búsqueda que le permita alcanzar mayores niveles de consciencia y aportar al mundo con su grano de arena para dejarlo mejor de lo que lo recibió. Pareciera ser que cuando uno pone la atención en algo, esa energía se canaliza para que las cosas pasen. Todos ellos dejaron de buscar afuera y comenzaron a poner la energía y mirar hacia adentro.
Hace poco leí el extraordinario libro «El hombre que vendió su Ferrari», de Robin Sharma. Lo tenía pendiente desde hacía ya un par de años. Lo recomiendo a ojos cerrados, a todo el mundo. Las enseñanzas de Julián, el abogado que después de alcanzar riqueza y fama, tuvo lo que él mismo llamó su «despertar» y se volcó a encontrar su razón de existir, nos dice que una de las cosas que debemos hacer para esta mejora continua es comenzar, de a poco, a eliminar nuestros pensamientos negativos. El kaizen se basa en la idea de que siempre es posible mejorar, todo el tiempo, desde una perspectiva positiva de la vida.
Julián nos dice en el libro que nuestra mente es como un jardín, el que debemos cultivar a diario para que florezca, eliminando de él las preocupaciones y los pensamientos tóxicos, para permitir que florezca. Pero también nos advierte que esta mejora debe partir siempre desde dentro, de uno mismo, por lo que el autoconocimiento, el aprendizaje continuo y el autoliderazgo son básicos para lograrlo.
Increíblemente, uno de los aspectos que más me ha llamado la atención en todas estas personas que he conocido, es que en esa búsqueda interior dejaron de darle la relevancia predominante al dinero, al aparente “éxito”, a la fama o a las cosas materiales. En reemplazo, el tiempo tomó su lugar y comenzó a jugar un rol fundamental. La buena gestión de este recurso, el único realmente escaso e irremplazable, es la verdadera conquista que tiene a su alcance el ser humano. Alcanza la riqueza máxima quien es libre para gestionar adecuadamente y de manera productiva su tiempo. En 1957, Cyril Parkinson formuló tres leyes, que trascendieron el ámbito social y productivo en el que habían sido concebidas, para alcanzar el ámbito de la vida cotidiana y del crecimiento personal.
- Sobre el tiempo: “El trabajo se expande hasta llenar el tiempo de que se dispone para su realización.”
- Sobre el dinero: ¨Los gastos aumentan hasta cubrir todos los ingresos.”
- Sobre la priorización (Ley de la Trivialidad): “El tiempo dedicado a cualquier tema de la agenda es inversamente proporcional a su importancia.”
Aplicando estas tres leyes, podríamos gestionar nuestro tiempo de una manera más coherente para alcanzar nuestro propósito. Analógicamente, con el dinero ocurre algo similar y sin importar cuánto dinero ganemos, intentaremos cubrir ese monto con gastos. Pareciera ser que lo que planteó Adam Smith en 1776, de que «No puede haber una sociedad floreciente y feliz cuando la mayor parte de sus miembros son pobres y desdichados«, es algo que podemos cambiar.
Aunque es cierto que los hallazgos empíricos concuerdan en que la gente más rica tiende a ser más feliz que la gente más pobre, los índices de felicidad han permanecido estables en el tiempo a pesar de los sorprendentes aumentos de la renta real de las personas. Aún así, la gente sigue hipotecando tiempo en favor de un futuro mejor, basado en lo material. Lo importante es no perder de vista el camino, aprovechar el hoy y dar siempre pequeños pasos que nos permitan avanzar equilibradamente y en paz hacia ese futuro que anhelamos, pero que nunca llega.
¿Cuántas veces estamos concentrados en el futuro y no aprovechamos los buenos momentos del presente? ¡La vida está sucediendo ahora!