Mis heridas de guerra

Las heridas de guerra representan, metafóricamente, el paso de una persona por una situación dura y difícil, estresante, y a la cual se pudo sobreponer para salir con vida, a pesar de las dificultades con las que se encontró en el camino.

Son marcas que no se borran con el tiempo. Por el contrario, están ahí para recordarnos esos momentos difíciles, las emociones que se sintieron y las decisiones que se tomaron para avanzar o cambiar el destino de los hechos. Esas mismas decisiones son las que, con la perspectiva del tiempo, se convierten en aprendizajes sólidos de vida, lo que llamamos comúnmente, experiencia.

Los romanos cuando volvían de las campañas desfilaban por la ciudad, exhibiendo con orgullo sus heridas de guerra. Éstas, con el tiempo, se transformaron en marcas sobre las armaduras y corresponden a las medallas que se lucen todo el tiempo. Como ves, el concepto de este post no es nada nuevo.?

Todos en nuestra vida pasamos alguna vez por situaciones difíciles que nos dejan heridas de guerra. Lo importante es haber podido sobreponerse a ellas y haber crecido en el proceso, para que éstas hayan tenido algún sentido y se hayan transformado en la experiencia que tanto buscamos. Ahora ya sabemos que no existe tal experiencia sin estas heridas.

Después de muchos años emprendiendo, recientemente dejé la empresa que lideré por más de 20 años, Mapcity, y que se convirtió en una parte importante de mi vida, personal, familiar y profesional. Los últimos tres años y medio, después de haber vendido una parte mayoritaria de ésta a una corporación estadounidense, Equifax, estuve a cargo de liderar la empresa y los procesos de integración y generación de sinergia entre ambas compañías, para terminar vendiendo finalmente la totalidad de la firma hace sólo algunos días.

El paso de emprendedor a ejecutivo corporativo no fue nada fácil. Aspectos que dificultan la transición tienen que ver principalmente con temas culturales, pérdida de control y aspectos que hacen más compleja y lenta la captura de oportunidades, como estaba acostumbrado a aprovechar en Mapcity cada vez que las veía asomarse. La innovación corporativa definitivamente no es igual a la innovación en una startup o una pyme, lo que a veces puede llevar a la frustración del emprendedor, quien posee la visión, pero no necesariamente todo el dominio de la gestión.

Por otro lado, la capacidad de una corporación para enfrentar los desafíos del mercado y movilizarse para cumplir los objetivos de desempeño, resultan excepcionales. Si antes quería creer que había personas clave dentro de mi empresa, irreemplazables a lo mejor, hoy sé que esto no es cierto. Cuando la maquinaria está bien aceitada y existen los recursos, todo puede transformarse de la noche a la mañana, pero la esencia de la compañía seguirá intacta. Esa misma capacidad que le permite mantenerse inalterable a los movimientos internos, es la que también puede jugar en contra, impidiendo que existan cambios culturales importantes y necesarios, para facilitar la adaptación a los nuevos mercados o a las disrupciones del mismo.

Entender que el «gut feeling» ya no es un recurso válido para tirarse a la piscina, a veces con poca agua, dificulta fuertemente el aprovechamiento de las oportunidades. Un estudio reciente en más de 200 startups realizado por el inversionista estadounidense Bill Gross, fundador de IdealLab, demostró que el factor que más diferenciaba a las startups exitosas de aquellas que habían fracasado, era el timming. Esto es, la importancia que le daban sus líderes al momento en que innovaban y salían con un nuevo producto al mercado. Por eso es tan importante la delgada línea que existe entre el análisis y la parálisis, a la que muchas veces se ven enfrentadas las organizaciones, cómodas en su «core business«.

Estar permanentemente exigido es algo que no me incomoda, es más, me gusta mucho sentirlo. Eso si, necesito sentir que estoy haciendo algo relevante para el negocio y con aporte de valor, para que el esfuerzo valga la pena. Mi paso por una corporación tuvo de ambos sabores. No siempre me sentí lo útil que quería y no siempre sentí que mi aporte estaba cercano a mi potencial. Imagino que a muchos les ha pasado. Pero, sin embargo, en todo momento me sentí exigido, muchas veces en aspectos a los que no estaba habituado, lo que me obligó a estudiar y a exigirme aún más, para aprender y poder cumplir con mis expectativas y las del resto del equipo.

Frecuentemente escuchamos que el aprendizaje se genera cuando nos salimos de la zona de confort. Esto no ha podido ser más cierto en mi caso. Las zonas de confort son distintas para cada persona, las que dependen de lo que mejor sabemos hacer y dónde somos particularmente buenos. Para mí, antes de la vida corporativa, mi zona de confort era estar en riesgo permanente, con desafíos de supervivencia, pero con un propósito claro. No se trataba de dinero, se trataba de lograr objetivos de impacto, que afectaran de verdad a las personas y el entorno, más allá de los resultados financieros de corto plazo.

Para otros, salir del mundo corporativo a emprender puede significar exactamente lo mismo, salirse de su vida confortable y «aparentemente» segura. Miedo y stress a lo desconocido, a la incertidumbre y el riesgo. Ambas, la vida corporativa y la del emprendedor, constituyen dos faunas completamente diferentes y complementarias, donde las habilidades y capacidades (o llamadas skills) necesarias para navegar en cada una de ellos son totalmente distintas y la mayoría de las veces, opuestas. Lo bueno es que de ambas habilidades necesita el mundo.

No puedo más que agradecer por la etapa que recién termino. Si no fuera por ella, no sería «ambidiestro». Fue sin duda de un tremendo aprendizaje, en donde conocí además a grandes personas y amigos. Me dejó «heridas de guerra», si, pero que hoy puedo lucirlas con gran orgullo. Gracias a todos lo que lo hicieron posible y me ayudaron en el camino. Gracias Equifax y mucho éxito con Mapcity.

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