Cuando aún no nos comenzábamos a recuperar de la crisis social iniciada el 18 de Octubre pasado, cuando la consigna era que Chile cambió, nos llegó una nueva crisis, esta vez más compleja de manejar y con graves efectos, de alcance global, tanto económicos como de salud.
La buena noticia, si buscamos mirar el vaso medio lleno, es que al parecer Chile sí cambió. Una reciente encuesta sobre las prioridades y cambios en la escala de valores de las personas al menos así parece demostrarlo. El sentido de responsabilidad aumentó un 62%, seguido por la empatía y la solidaridad, ambas en más del 50%. Otros atributos que subieron en la escala de valores son la resiliencia, la valentía, la tolerancia y la colaboración.
La valorización de la familia y la importancia de cuidarnos pasó a ser un objetivo colectivo, pero gestionado de manera individual, evitando la movilidad a toda costa, factor crítico de prevención del contagio.
Es por ello que vemos que, como resultado de lo anterior, los locales y almacenes de barrio han visto incrementadas sus ventas de manera importante, alcanzando un 31% de participación en marzo pasado, lo que ha continuado creciendo en los meses siguientes. Por el contrario, el llamado canal moderno, representado por los supermercados, perdió nada menos que un 20% de la canasta de gasto en el mismo período, donde una buena parte fue a parar al canal tradicional y al e-commerce.
La crisis social distanció los supermercados de la gente más humilde, donde muchos de ellos fueros saqueados o quemados y no volverán a abrir, dejando comunas completas sin acceso a ellos. Es ahí donde la proximidad de los locales de barrio cobra relevancia, lo que se incrementó debido a las restricciones de movilidad impuestas por las autoridades.
La solución para una gran mayoría (y lamentablemente no para todos) ha llegado a través del uso de la tecnología, a través de la compra y venta remota. Se estima que más de 160 mil hogares nuevos se incorporaron a esta modalidad de compra, lo que representa mas de un 4% de crecimiento, en apenas unas pocas semanas. Algo insospechado en época pre-crisis.
Con estos datos, podemos decir que Chile sí cambió. El mundo entero cambió. Como una ola que revienta fuerte sobre el mar, nos llevó a todos, sin darnos cuenta, a cambiar nuestras preferencias y conductas, con mayor resiliencia y aceptación, pero sin dejarnos inmóviles. Las grandes diferencias de conductas las veremos entre quienes dirán que esto los destruyó y quienes ya están actuando para salir de ello y poder reinventarse. Miles de emprendedores ya están nuevamente poniéndose de pie, se están creando nuevos mercados, nuevas empresas que, no tengo dudas, modificarán para siempre la dinámica de la oferta y la demanda que conocíamos hasta ahora.
Ojalá este cambio nos permita desarrollarnos más y mejor como país. Ojalá esta digitalización obligatoria a la que hemos sido llevadas las personas y las empresas, nos permita también aprovechar las oportunidades que todas las crisis traen consigo. Ojalá estos cambios, motivados por la fragilidad, ahora más evidente, que tenemos los seres humanos como especie, nos permitan construir un país más justo y menos individualista.
Quiero creer que el cambio en los valores no será parecido a esa ola, que una vez que revienta, simplemente desaparece, como si nunca hubiese existido dejando apenas una estela como recuerdo de su pasar. Es de esperar que nos deje la huella permanente de un golpe fuerte de timón, que nos enseña y nos deja una lección para la vida: la de ser mejores personas, más fuertes y comprometidas con el prójimo y el medioambiente.