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Hace algunas semanas presencié una conversación entre dos amigos, mientras tomábamos un café un viernes por la tarde. No es de utilidad reproducir aquí todo lo que conversaron, pero sí dos frases importantes que bien vale analizar. En un momento, cuando la conversación se ponía un poco más acalorada, se produjo el siguiente intercambio:
«No me estás entendiendo. ¡Te he explicado tres veces como es la situación«
«Es que yo lo veo distinto.«
«¿Cómo puedes verlo distinto? Es evidente lo que te digo. No quieres verlo, eso es lo que pasa.«
¿Cuántas veces te has enfrentado a una conversación que incluye frases de este tipo? Si te fijas, una de las personas intenta explicar a la otra cómo es la situación, la «verdad de los hechos». El sólo hecho de utilizar ese lenguaje nos dice que quien habla está considerando su punto de vista como una realidad, como “la verdad”. Quien escucha le responde que “lo ve distinto”. Esto también nos da cuenta del hecho de que existe al menos un punto de vista diferente al primero, es decir, una segunda realidad interpretativa.
Si esos dos amigos que discutían hubieran hecho este ejercicio mental, es decir, entendieran que existen observadores distintos y que ambos pueden tener la razón, entonces tal vez habrían concluido que la otra parte tenía argumentos válidos y razones suficientes como para ver la situación, literalmente, al revés.
Probablemente habrían surgido frases como:
«Entiendo lo que me dices. Y seguro debe ser difícil para ti esta situación por todo lo que has pasado. Déjame contarte qué me sucede a mí en este tipo de situaciones y por qué lo veo diferente.«
Ese tipo de frases no aparecieron en la conversación. Frases que empaticen con el relato y la historia del otro.
Esto que parece tan básico es una de las principales causas de las situaciones conflictivas que vivimos en nuestras relaciones en el ámbito personal y profesional y una de las habilidades esenciales de un verdadero líder.
Si no comparto con alguien el mismo criterio, es decir, la interpretación de lo conveniente o correcto, es porque cada uno interpreta de acuerdo a su propio ser (historia, formación, contexto, etc.). No por eso la apreciación de mi interlocutor es correcta o incorrecta.
¿Cuántas veces has etiquetado una situación como desfavorable y al cabo de un tiempo, mirando en retrospectiva, la consideras favorable? A alguien que lo despiden de su trabajo la situación le parecerá muy desfavorable, hasta que alguien que se entera le ofrece un trabajo mucho mejor. Esa nueva posibilidad probablemente no hubiese llegado si no hubiese perdido su anterior empleo. O casos como los que veo a diario, en donde personas sin trabajo se ven “obligadas” a emprender, lo que termina siendo el gran negocio y oportunidad de crecimiento de sus vidas. Nunca se hubiesen atrevido si no se los hubiera obligado.
En el liderazgo empresarial, comprender que nuestra percepción de la realidad es subjetiva y construída a partir de interpretaciones, resulta esencial. En otras palabras, dar la posibilidad a que la verdad que se busca esté llena de matices que la hacen una verdad “a medias”, la que necesita de ajustes y entendimiento más profundos antes de apresurarse a intervenir.
¿Cómo puede ser eso? Uno de los dos debe estar mintiendo o faltando a la verdad, ¿o no? Es típico pensar esto cuando tenemos una opinión formada sobre los hechos pero no nos hemos dado el tiempo para entenderlos. No siempre hay un mentiroso en la ecuación.