Vivimos en una era en la que las redes sociales y la conectividad constante amplifican nuestra percepción de lo que otros están haciendo, logrando o disfrutando. Este fenómeno, conocido como FOMO (“fear of missing out” o “miedo a perderse algo”), no sólo genera ansiedad, sino que también influye de manera significativa en nuestras decisiones. Nos hace perseguir tendencias y buscar experiencias que parezcan dignas de ser compartidas, colmando nuestra semana de actividades.
En lo personal, también viví el síndrome de la vida ocupada, el querer hacer todo. Quería estar al día de todo, hasta de lo que me decían las redes sociales que no podía perderme, como restaurantes o panoramas, hacer deporte, dormir bien, asistir a todos los eventos donde era invitado y, por supuesto, cumplir con la familia y el trabajo. La agenda era el reflejo de mi éxito.
En el ámbito financiero, no querer perdernos las aparentes oportunidades puede conducirnos a decisiones precipitadas que rozan lo irracional. Un ejemplo claro de esto fue la ola de inversiones en startups durante la última década, donde la promesa de pertenecer a la próxima gran revolución tecnológica nubló el juicio de muchos inversores. Guiados por el temor a quedarse fuera, se destinaron capitales exorbitantes a proyectos con modelos de negocio poco claros o expectativas de crecimiento infladas. Por ejemplo, empresas tecnológicas con productos aún en fase conceptual o sin validación de su PMF (product market fit) lograron levantar millones en rondas de financiamiento, solo por prometer disrupción o crecimiento a toda costa, sin planes sólidos de monetización. Asimismo, el caso de startups que buscaban imitar el éxito de gigantes como Uber o Airbnb provocó un efecto dominó, llevando a que muchos inversores ingresaran al mercado sin un análisis profundo de los riesgos inherentes.
Pero, ¿qué pasó con las personas que decidieron no dejarse llevar por esta corriente? ¿Qué ocurriría si adoptáramos una filosofía completamente opuesta? Aquí entra en escena un concepto emergente y poderoso: el JOMO (“joy of missing out” o “la alegría de perderse algo”). Yo prefiero llamarle la alegría de desconectarse.
El JOMO nos invita a abrazar la satisfacción de vivir una vida propia, desconectada de las expectativas externas y comparaciones constantes. En lugar de enfocarnos en lo que podríamos estar perdiéndonos, esta filosofía propone centrarnos en nuestras prioridades reales, disfrutar el momento presente y tomar decisiones alineadas con nuestros valores y objetivos a largo plazo.
En este sentido, el JOMO no solo es un antídoto para la ansiedad generada por el FOMO, sino también una guía hacia una vida más saludable y equilibrada, que exige hacer renuncias y saber delegar. Un fenómeno social que promueve la desconexión de las redes sociales y el enfoque en la búsqueda de la satisfacción personal. Las personas que adoptan el JOMO reportan mayores niveles de satisfacción personal y emocional, mejores relaciones interpersonales y una capacidad reforzada para tomar decisiones fundamentadas.
En el contexto de las inversiones y el emprendimiento, el JOMO podría tener un impacto transformador. Rechazar la presión de subirse a cualquier tendencia o cada nuevo hype, simplemente porque “todo el mundo lo está haciendo” permite enfocarse en oportunidades reales, sostenibles y alineadas con un propósito claro. En lugar de correr tras un espejismo, el inversor o emprendedor que practica el JOMO se permite evaluar riesgos con calma, cuestionar modelos de negocio y priorizar la calidad sobre la cantidad.
Adoptar el JOMO no significa renunciar al crecimiento o a las oportunidades. Por el contrario, significa elegir conscientemente qué caminos recorrer y cuáles dejar de lado, entendiendo que perderse algo no solo es inevitable, sino también deseable en muchos casos. Vivir comparándonos con los demás alimenta el ego y perpetúa una insatisfacción crónica. Vivir para nosotros mismos, en cambio, nos libera.
En un mundo saturado de opciones y constantes recordatorios de lo que podríamos estar haciendo, el JOMO es una postura revolucionaria, porque nos libera de la ansiedad del FOMO y de la necesidad de estar siempre presentes en todo. Mientras el FOMO fomenta una carrera interminable por cumplir con expectativas externas, el JOMO nos invita a disfrutar de nuestras elecciones, reconociendo que perderse algo es parte natural de una vida equilibrada. Nos recuerda que no estamos aquí para cumplir con las expectativas de nadie más que las nuestras y que la verdadera riqueza no radica en lo que poseemos o experimentamos, sino en la paz que logramos al elegir con sabiduría. Quizá es momento de dejar de temer perdernos algo y empezar a alegrarnos por todo lo que ganamos al decidir conscientemente cómo vivir nuestra vida y a veces decir que no.