Cuando pequeño, mi primer emprendimiento «rentable» fue poner música en fiestas de adolescentes. Esas que los padres les hacen a sus hijos cuando cumplen 13 o 15 años. Con un amigo cada sábado ambientábamos los salones de la fiesta de nuestros compañeros con iluminación de discoteca ochentera y buena música, hasta altas horas de la madrugada. Ese «juego-empresa» de niños me marcó y me enseñó mucho de lo que hoy aplico en mi vida empresarial.
Si tienes 15 años, venderle a un adulto que podría ser tu padre es intimidante. Sientes que tienes la posición de desventaja y muchas veces te lo hacen sentir. Entonces, tienes 2 opciones: negociar de chico a grande o de grande a grande.
Negociar de grande a grande es sencillamente un ejercicio mental a través del cual te imaginas que tienes todo el poder de la negociación. Visualizas que tu empresa es enorme y que, adicionalmente, tienes muchas opciones para hacer negocios, que ésta es tan sólo una más. Es un acto de la voluntad que domina las emociones de miedo y desconfianza que te inundan si eres pequeño y tu contraparte es enorme. Por el contrario, negociar de chico a grande es asumir la probable derrota antes de comenzar el duelo. Para que funcione, claro, debes tener el convencimiento inquebrantable de que ambos nos necesitamos. A fin de cuentas, es cierto lo que dicen: tanto si crees que puedes como si no, tienes razón.