Imagen generada por IA
¿Alguna vez has intentado recordar los números de teléfono de las cinco personas más cercanas a ti? Yo, honestamente, apenas recuerdo el mío. Mi memoria siempre ha sido un desafío, y últimamente, parece que está en su peor momento. Hasta ahora, no ha sido tema ni ha afectado demasiado; después de todo, tengo un smartphone y un notebook que hacen ese trabajo por mí.
Sin embargo, me pregunto si nuestra creciente dependencia de los dispositivos electrónicos está, de alguna manera, afectando negativamente nuestras habilidades cognitivas y nuestra memoria a corto plazo. La neurología está investigando la relación entre la tecnología y el cerebro y, hasta ahora, parecería que el uso de computadores no perjudica el desarrollo cognitivo; de hecho, contribuye a basar el conocimiento en datos reales, evolucionando hacia funciones más sofisticadas y externalizando las más básicas. ¿Por qué molestarnos en memorizar números telefónicos y nombres cuando tenemos el celular o la agenda?
Recientemente, vi una charla TED que planteaba un ejercicio mental. Imagina traer a un cavernícola al presente. Tendría enormes problemas para adaptarse a nuestra sociedad moderna, no manejaría nuestros códigos ni el lenguaje, pero sobreviría, decía el autor. Pero, por el contrario, si alguno de nosotros fuera llevado al pasado, digamos unos 10 mil años atrás, no sobreviviríamos ni dos días. Sobrevivir a la primera noche de frío sería un logro, pero moriríamos de hambre al día siguiente porque no tendríamos supermercados donde comprar y no sabemos cazar.
Esta invitación a imaginar me hizo reflexionar. ¿Realmente estamos más desvalidos que los cavernícolas? No lo creo, pero tal vez deberíamos pensar en las habilidades que estamos perdiendo cada vez que delegamos nuestras acciones a la tecnología.
Me resisto a la idea de que estaríamos más desvalidos en el pasado que los cavernícolas en el presente. ¿Qué hemos perdido en el camino? ¿Y qué hemos ganado? Hemos aprendido a externalizar funciones cerebrales en herramientas tecnológicas, algo que se llama «cognición extendida». Es como tener un cerebro suplementario, creado a lo largo de la historia con herramientas tecnológicas que nos permiten mejorar lo que, como humanos, no hacemos tan bien. Cada herramienta tecnológica es, en esencia, una extensión de nuestro cerebro humano. El cavernícola de la historia tuvo que crear una lanza, usando piedras, para cazar.
Varios estudios indican que la constante exposición a la tecnología nos ha liberado espacio en el cerebro para guardar información más útil y relevante, permitiendo que la tecnología almacene datos específicos, como fechas y números. Eso hemos ganado. Pero, ¿perdimos algo en realidad? Aún no lo sabemos con certeza, aunque está claro que el cerebro se adapta a las circunstancias a largo plazo, con posibles efectos cognitivos permanentes.
No tengo dudas sobre el valor que aporta la tecnología y lo emocionante que será con el acelerado desarrollo de la inteligencia artificial. Sin embargo, creo que hay una advertencia clara que no debemos ignorar: la dependencia indiscriminada de la tecnología podría ir de la mano con la migración de nuestras habilidades, e incluso con la pérdida gradual de nuestras habilidades innatas, al punto de no poder sobrevivir sin ellas en ciertos entornos. Entonces, ¿cuál es el equilibrio que debemos encontrar para que la tecnología no se convierta en una muleta que sostiene nuestras habilidades? La clave está en tener la sabiduría para saber cuándo dejar que nos guíe y cuándo es el momento de desconectar y ejercitar nuestras capacidades innatas.