Durante gran parte de mi vida profesional he estado vinculado a los datos. En un comienzo se trataba sólo de recopilar, almacenar y gestionar la información básica para poder llevar un correcto control de la empresa y la relación con los clientes. Poco o nada se hablaba del valor de éstos, desde múltiples dimensiones y no sólo la transaccional, para poder tomar mejores decisiones de negocios y comprender profundamente a nuestros consumidores. Hoy, ninguna empresa puede estar ajena a esto y quienes han descubierto el valor de los datos e implementado capacidades de análisis sobre ellos, han visto cómo es posible transformarlos en oro, tal cual como los alquimistas pretendían convertirlo a partir del plomo.
Los antiguos egipcios desarrollaron la alquimia como una forma de aventurarse a descubrir lo desconocido, los elementos constitutivos del universo, los metales y el elixir de la vida, entre otras cosas. La idea detrás de ella era encontrar la piedra filosofal que permitiera convertir todos los metales en oro.
Cuando ya estamos de lleno en la cuarta revolución industrial, esa que se caracteriza por la transformación de los datos en conocimiento, ya podemos ver cómo esta capacidad está transformando nuestra sociedad, generando desorden en varias industrias y sectores económicos tradicionales. Esta transición nos traerá muchos beneficios, pero no estará exenta de problemas y fricciones sociales.
Desde los años 50, cuando Alan Turing planteó la pregunta sobre si las máquinas podrían llegar a tener la capacidad de pensar, los desarrollos no se han detenido y nos han llevado a ver vehículos autónomos, computadores ganando en el ajedrez a maestros como Kasparov y hasta máquinas replicando obras de arte de Rembrandt. Cada vez son más los ámbitos en donde la ciencia de datos y el aprendizaje de algoritmos y redes neuronales simulando el cerebro humano nos impresionan. Se trata de tecnologías basadas en el aprendizaje profundo (deep learning) en donde los computadores son entrenados para analizar grandes volúmenes de datos, reconocer patrones de comportamiento y aprender de ellos. Los profesionales en estos ámbitos son cada vez más demandados y su nivel de especialización no para de crecer.
La mayoría de las profesiones del futuro, esas que estudiarán nuestros hijos y nietos, ni siquiera se han creado. Se trata de un nivel de cualificación sin precedentes para los nuevos profesionales, basado en el nivel tecnológico alcanzado y que ha permeado a todo nivel con avances sorprendentes, desde la literatura a la ciencia, pasando por el comercio, las finanzas, la educación, las comunicaciones y la medicina. Hoy, por ejemplo, ya estamos con el conocimiento casi completo de la secuencia del genoma humano, lo que permite vislumbrar una futura cura del cáncer y otras enfermedades.
El Premio Nobel de Física de 1965, Richard Feynman, quien trabajó en electrodinámica cuántica, alguna vez dijo: «Nada en la biología indica que la muerte sea inevitable. Esto me sugiere que no lo sea en absoluto y que es cuestión de tiempo que los biólogos descubran qué es lo que nos está causando el problema y que esta terrible enfermedad universal sea curada».
¿Será que estamos próximos a la muerte de la muerte? Al parecer, estamos avanzando rápidamente a convertirnos en seres casi inmortales. Al conectar nuestra mente a la de los supercomputadores , nuestra capacidad de análisis se expandirá de una forma extraordinaria, pasando del homo sapiens a lo que los autores del libro «Alquimia», Juan Manuel Lopez Zafra y Ricardo Queralt, han llamado el Homo algorithmus, quienes se caracterizarán por desarrollar su inteligencia fuera de su propio cuerpo, en conexión con la nube.
Pero todo este avance y su evolución se ha visto coronado con el acelerado desarrollo de la inteligencia artificial en los últimos años, la que tiene sus orígenes en los años 50. Lo dijo Stephen Hawking : «Cada aspecto de nuestras vidas será transformado [por AI]«, y podría ser «el evento más grande en la historia de nuestra civilización«. Estas transformaciones están abriendo un nuevo debate sobre su desarrollo y uso adecuado. Los avances logrados deben estar centrados en el ser humano y garantizar los beneficios para la humanidad en su conjunto, lo que se garantiza con un marco normativo y políticas claras respecto de su uso y aplicaciones, las que no pueden dejar al margen las responsabilidades humanas detrás de ellas. Hoy ya estamos siendo dirigidos por ella y están guiando nuestras elecciones, nuestra exposición a las noticias, al consumo y hasta nuestra propia voluntad, a veces de manera perjudicial.
La inteligencia artificial es extremadamente poderosa y nos traerá grandes beneficios en todo sentido, incluido el cambio climático y los problemas ambientales, pero no debe quedar en una zona gris, sin ley. Son los datos el verdadero oro, cuyo rol es mucho más importante que antes, los que pueden crear una ventaja competitiva relevante. De nosotros depende el uso que le demos, pensando siempre en cuidar el ser humano, su privacidad y sus derechos.