Fue hace ya 25 años que Ray Kurzweil predijo que los computadores alcanzarían niveles de inteligencia equiparables a los de los humanos promedio antes del 2029 (The Age of Spiritual Machines ). Estamos diciendo que los computadores podrán hacer cualquier cosa que cualquier ser humano pueda hacer, lo que podría ocurrir incluso antes, ya que pareciera que estamos adelantados un par de años sobre esa predicción. La Inteligencia Artificial General (IAG) plantea un paradigma que va más allá de los límites tecnológicos y nos adentra en el plano de lo filosófico. Nos encontramos ante el umbral de la singularidad, un punto de inflexión donde las máquinas podrían igualar e incluso superar la capacidad cognitiva humana. Este hito, aunque fascinante desde el punto de vista científico y tecnológico, despierta cuestiones profundas sobre la esencia misma de lo que significa ser humano.
Desde una perspectiva filosófica, nos plantea interrogantes existenciales sobre la naturaleza de la conciencia, el libre albedrío y la moralidad. ¿Podrán estas máquinas experimentar la conciencia de la misma manera que lo hacemos los humanos? ¿Poseerán la capacidad de tomar decisiones éticas basadas en valores y emociones, o simplemente seguirán un conjunto de algoritmos predefinidos? Estas preguntas nos invitan a reflexionar sobre la esencia de nuestra propia humanidad y la relación entre la inteligencia y la ética.
La discusión se está llevando también en Chile en la Comisión Desafíos del Futuro del Senado y no ha sido ajena en todo el mundo. Recientemente la Unión Europea aprobó un paquete de reglas para el uso de esta tecnología que, entre otras cosas, establece definiciones claras y rigurosas sobre la seguridad de su uso en distintos aspectos, incluido el ético.
¿Cuál será entonces el papel de los seres humanos en un mundo donde las máquinas son capaces de realizar tareas cognitivas de manera igual o incluso superior? ¿Cómo garantizaremos la equidad y la justicia en una sociedad donde la tecnología puede amplificar las desigualdades existentes? Estos dilemas nos instan a repensar nuestras estructuras sociales y económicas, así como nuestras concepciones tradicionales de trabajo, propiedad y poder.
Por otro lado, la llegada de la IAG también podría ofrecer oportunidades para el progreso humano sin precedentes. Desde la medicina hasta la exploración espacial, las máquinas con capacidades cognitivas avanzadas podrían acelerar el ritmo de descubrimiento y mejora tecnológica, abriendo nuevas fronteras en el conocimiento y la innovación. Sin embargo, este potencial también conlleva riesgos significativos, desde la pérdida de empleo hasta la creación de armas autónomas con el potencial de causar daño a gran escala.
Estos dilemas a los que nos enfrentamos con la IAG nos recuerdan que, más allá de los avances técnicos y científicos, nuestra humanidad reside en nuestra capacidad para reflexionar, cuestionar y aspirar a un futuro mejor. La filosofía puede ser el faro necesario que nos guíe a través de las complejidades éticas y existenciales de un mundo cada vez más interconectado y automatizado. Sin embargo, la invitación es que, en lugar de temer a la llegada de la IAG, debemos abrazarla como una oportunidad para explorar y definir lo que significa ser un ser humano en un mundo en constante evolución.