El umbral de la singularidad

Fue hace ya 25 años que Ray Kurzweil predijo que los computadores alcanzarían niveles de inteligencia equiparables a los de los humanos promedio antes del 2029 (The Age of Spiritual Machines ). Estamos diciendo que los computadores podrán hacer cualquier cosa que cualquier ser humano pueda hacer, lo que podría ocurrir antes, ya que pareciera que estamos adelantados un par de años. La Inteligencia Artificial General (IAG) plantea un paradigma que va más allá de los límites tecnológicos y nos adentra en el plano de lo filosófico. Nos encontramos ante el umbral de la singularidad, un punto de inflexión donde las máquinas podrían igualar e incluso superar la capacidad cognitiva humana. Este hito, aunque fascinante desde el punto de vista científico y tecnológico, despierta cuestiones profundas sobre la esencia misma de lo que significa ser humano.

Desde una perspectiva filosófica, nos plantea interrogantes existenciales sobre la naturaleza de la conciencia, el libre albedrío y la moralidad. ¿Podrán estas máquinas experimentar la conciencia de la misma manera que lo hacemos los humanos? ¿Poseerán la capacidad de tomar decisiones éticas basadas en valores y emociones, o simplemente seguirán un conjunto de algoritmos predefinidos? Estas preguntas nos invitan a reflexionar sobre la esencia de nuestra propia humanidad y la relación entre la inteligencia y la ética.

La discusión se está llevando también en Chile en la Comisión Desafíos del Futuro del Senado y no es ajena en todo el mundo. Recientemente la Unión Europea aprobó un paquete de reglas para el uso de esta tecnología que, entre otras cosas, establece definiciones claras y rigurosas sobre la seguridad de su uso en distintos aspectos, incluido el ético.

¿Cuál será el papel de los seres humanos en un mundo donde las máquinas son capaces de realizar tareas cognitivas de manera igual o incluso superior? ¿Cómo garantizaremos la equidad y la justicia en una sociedad donde la tecnología puede amplificar las desigualdades existentes? Estos dilemas nos instan a repensar nuestras estructuras sociales y económicas, así como nuestras concepciones tradicionales de trabajo, propiedad y poder.

Por otro lado, la llegada de la IAG también podría ofrecer oportunidades para el progreso humano sin precedentes. Desde la medicina hasta la exploración espacial, las máquinas con capacidades cognitivas avanzadas podrían acelerar el ritmo de descubrimiento y mejora tecnológica, abriendo nuevas fronteras en el conocimiento y la innovación. Sin embargo, este potencial también conlleva riesgos significativos, desde la pérdida de empleo hasta la creación de armas autónomas con el potencial de causar daño a gran escala.

Estos dilemas a los que nos enfrentamos con la IAG nos recuerdan que, más allá de los avances técnicos y científicos, nuestra humanidad reside en nuestra capacidad para reflexionar, cuestionar y aspirar a un futuro mejor . La filosofía puede ser el faro necesario que nos guíe a través de las complejidades éticas y existenciales de un mundo cada vez más interconectado y automatizado. Sin embargo, la invitación es que, en lugar de temer a la llegada de la IAG, debemos abrazarla como una oportunidad para explorar y definir lo que significa ser un ser humano en un mundo en constante evolución.

Lo que se esconde detrás del miedo

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«Dios pone las mejores cosas de la vida del otro lado del miedo«

Así termina una breve charla que dio el año 2021 el reconocido actor Will Smith a un grupo de personas.

Cada vez que me enfrento a un nuevo desafío, siento algo de miedo y ansiedad. Una mezcla entre ambas cosas, que es la forma en la cual nuestra biología responde ante el temor al futuro, a lo desconocido, al «qué puede pasar».

Hace poco tuve la oportunidad de saltar en paracaídas. Era algo que quería hacer, pero, para ser honesto, siempre le hacía el quite. Excusas habían de sobra para no enfrentar el desafío. Estoy seguro que es lo mismo que tu y yo hemos hecho en muchas otras situaciones. Lo veo a cada rato con emprendedores que no se atreven. Excusas y más excusas.

Días antes del día D, en el cual saltaría, empezó a costarme conciliar el sueño. Mis pensamientos comenzaron a ser negativos y fatalistas. Pensaba en la posibilidad de falla del paracaídas o incluso en un infarto al momento del salto. Creo que el proceso previo fue algo sufrido. Algo que no debía haber sido así, considerando que fui piloto de aviones y planeadores por más de 16 años. Es decir, no le tengo miedo a las alturas.

Will Smith dijo esa frase en el mismo contexto. El saltó en el mismo lugar y con la misma empresa donde yo lo hice. Al relatar su experiencia cuenta que después de la eufora inicial sintió pánico, desde la noche previa hasta justo antes del salto. Para él, la experiencia era como enfrentarse a la muerte de manera voluntaria e incluso se cuestionó por qué había tomado esa decisión. De hecho, nunca había estado en un avión con la puerta abierta; “terror, terror, terror”, decía entre las risas de los oyentes. Pero todo eso fue antes… antes de saltar.

Después de haber saltado puedo decirles que me pasó lo mismo. En el momento de mayor peligro, al saltar, desapareció completamente el miedo. Parece increíble, pero así fue.

Los 50 segundos de caída libre fueron una de las experiencias más maravillosas que he vivido. El miedo desapareció en el mismo segundo de salto y el haberme atrevido y haber sentido lo que es volar (o mejor dicho caer), sin nada que te sostenga, fue realmente extraordinario.  (Tengo un video del salto https://youtu.be/zKOZYSq2nDs)

La mayoría de las veces los grandes premios llegan después de que nos aventuramos a lo desconocido y nos arriesgamos a salir de nuestra zona de confort.

Son los pensamientos, el llamado lenguaje de nuestro cerebro, los que pueden traicionarnos y evitar que lo intentemos. Por ese debemos utilizarlo para atraer lo que queremos en nuestra vida con el mensaje correcto.

La próxima vez que sientas miedo y ansiedad y veas que no estás logrando lo que quieres o sientas que tus emociones te traicionan, piensa en qué mensajes está generando tu mente. Si queremos cambiar algún aspecto de nuestra realidad, tenemos que pensar, sentir y actuar de una forma diferente. La mente puede entrenarse. Se puede. Por eso, atrévete, porque las mejores cosas se esconden detrás del miedo!

¡Eres un mentiroso!

Fuente imagen: http://vortice.uaem.mx/

Hace algunas semanas presencié una conversación entre dos amigos, mientras tomábamos un café un viernes por la tarde. No es de utilidad reproducir aquí todo lo que conversaron, pero sí dos frases importantes que bien vale analizar. En un momento, cuando la conversación se ponía un poco más acalorada, se produjo el siguiente intercambio:

«No me estás entendiendo. ¡Te he explicado tres veces como es la situación«

«Es que yo lo veo distinto.«

«¿Cómo puedes verlo distinto? Es evidente lo que te digo. No quieres verlo, eso es lo que pasa.«

¿Cuántas veces te has enfrentado a una conversación que incluye frases de este tipo? Si te fijas, una de las personas intenta explicar a la otra cómo es la situación, la «verdad de los hechos». El sólo hecho de utilizar ese lenguaje nos dice que quien habla está considerando su punto de vista como una realidad, como “la verdad”. Quien escucha le responde que “lo ve distinto”. Esto también nos da cuenta del hecho  de que existe al menos un punto de vista diferente al primero, es decir, una segunda realidad interpretativa. 

Si esos dos amigos que discutían hubieran hecho este ejercicio mental, es decir, entendieran que existen observadores distintos y que ambos pueden tener la razón, entonces tal vez habrían concluido que la otra parte tenía argumentos válidos y razones suficientes como para ver la situación, literalmente, al revés. 

Probablemente habrían surgido frases como: 

«Entiendo lo que me dices. Y seguro debe ser difícil para ti esta situación por todo lo que has pasado. Déjame contarte qué me sucede a mí en este tipo de situaciones y por qué lo veo diferente.«

Ese tipo de frases no aparecieron en la conversación. Frases que empaticen con el relato y la historia del otro.

Esto que parece tan básico es una de las principales causas de las situaciones conflictivas que vivimos en nuestras relaciones en el ámbito personal y profesional y una de las habilidades esenciales de un verdadero líder. 

Si no comparto con alguien el mismo criterio, es decir, la interpretación de lo conveniente o correcto, es porque cada uno interpreta de acuerdo a su propio ser (historia, formación, contexto, etc.). No por eso la apreciación de mi interlocutor es correcta o incorrecta.

¿Cuántas veces has etiquetado una situación como desfavorable y al cabo de un tiempo, mirando en retrospectiva, la consideras favorable? A alguien que lo despiden de su trabajo la situación le parecerá muy desfavorable, hasta que alguien que se entera le ofrece un trabajo mucho mejor. Esa nueva posibilidad probablemente no hubiese llegado si no hubiese perdido su anterior empleo. O casos como los que veo a diario, en donde personas sin trabajo se ven “obligadas” a emprender, lo que termina siendo el gran negocio y oportunidad de crecimiento de sus vidas. Nunca se hubiesen atrevido si no se los hubiera obligado.

En el liderazgo empresarial, comprender que nuestra percepción de la realidad es subjetiva y construída a partir de interpretaciones, resulta esencial. En otras palabras, dar la posibilidad a que la verdad que se busca esté llena de matices que la hacen una verdad “a medias”, la que necesita de ajustes y entendimiento más profundos antes de apresurarse a intervenir.

¿Cómo puede ser eso? Uno de los dos debe estar mintiendo o faltando a la verdad, ¿o no? Es típico pensar esto cuando tenemos una opinión formada sobre los hechos pero no nos hemos dado el tiempo para entenderlos. No siempre hay un mentiroso en la ecuación.

No seas un infeliz

Ayer me hice un regalo. Me sentía adolorido y cansado después de un año duro, así que me fui a hacer un masaje a uno de los mejores hoteles de Santiago. Era caro, pero creo que me lo merecía y era una buena forma de comenzar el año.

Cuando termina un año, todos nos deseamos salud y felicidad para el siguiente. Hablando con uno de mis amigos, me decía «cada vez que puedo aprovecho de darme algún gustito… comer rico, escaparme a algún lugar o cualquier otra cosa que me de placer». Lo encontré genial. De hecho, yo trato de hacer lo mismo y, después de escucharlo, me sentí mejor aún por la decisión del masaje.

Para Aristóteles, la felicidad es un fin, un bien supremo. Según él, no es posible ganarse la felicidad de un momento a otro, así como tampoco es posible perderla espontáneamente, por lo que su valor está, decía el filósofo, en la forma en la cual vivimos nuestra vida. En otras palabras, se trata de enfocarse en una vida dichosa, que está dada por una conducta recta.

A diferencia de lo que la mayoría de los seres humanos hacemos, es decir, buscar la felicidad a través de momentos que persiguen los placeres instantáneos, según Aristóteles, la felicidad consiste en hacer el bien más que en recibirlo.

Cada vez que perseguimos placeres, como comernos un chocolate o llegar a la cima de un cerro, activamos la dopamina, una hormona asociada a nuestras motivaciones y que nos genera placer de corto plazo. La felicidad está asociada a la serotonina, otro neurotransmisor que, en cambio y entre otras funciones, regula nuestro estado de ánimo de largo plazo, por lo que la felicidad no estaría asociada a los premios que nos damos, sino que más bien a la realización plena de nuestra propia naturaleza.

Diversos estudios demuestran cómo en la medida que más buscamos el placer de corto plazo, la dopamina actúa reforzando la recompensa cerebral y, por ende, motivándonos a repetir esa conducta una y otra vez, con el riesgo de hacernos adictos a ella. Este mecanismo sobreestimula las neuronas de serotonina en forma excesiva y las va inhibiendo en la medida que la conducta placentera es repetida en el tiempo.

No sabía y me costaba aceptar este hecho. Es decir, ¿mientras más placer buscamos, somos más infelices? Según la ciencia, es así. Solemos confundir el placer con la felicidad, lo que nos puede llevar a tomar malas decisiones en nuestra vida persiguiendo objetivos equivocados y de corto plazo, que consiguen engañar al cerebro. La serotonina no activa las neuronas como lo hace la dopamina, sino que las desacelera y, al hacer esto, activa el proceso de la alegría, ese sentimiento de ser uno con el mundo, eso que llamamos felicidad.

En este nuevo año, cuando nos deseamos ser más felices, la invitación es a pensar en estados de conciencia que nos permitan desarrollar nuestro máximo potencial y ponerlo al servicio y en armonía con el bien común, según el propósito individual de cada cual. Si bien la vida está hecha de momentos, frase atribuida a Borges, la felicidad plena sólo se encuentra a través del desarrollo integral de nuestra naturaleza humana. Feliz 2024!

Quiero ser un cavernícola

Imagen generada por IA

¿Alguna vez has intentado recordar los números de teléfono de las cinco personas más cercanas a ti? Yo, honestamente, apenas recuerdo el mío. Mi memoria siempre ha sido un desafío, y últimamente, parece que está en su peor momento. Hasta ahora, no ha sido tema ni ha afectado demasiado; después de todo, tengo un smartphone y un notebook que hacen ese trabajo por mí.

Sin embargo, me pregunto si nuestra creciente dependencia de los dispositivos electrónicos está, de alguna manera, afectando negativamente nuestras habilidades cognitivas y nuestra memoria a corto plazo. La neurología está investigando la relación entre la tecnología y el cerebro y, hasta ahora, parecería que el uso de computadores no perjudica el desarrollo cognitivo; de hecho, contribuye a basar el conocimiento en datos reales, evolucionando hacia funciones más sofisticadas y externalizando las más básicas. ¿Por qué molestarnos en memorizar números telefónicos y nombres cuando tenemos el celular o la agenda?

Recientemente, vi una charla TED que planteaba un ejercicio mental. Imagina traer a un cavernícola al presente. Tendría enormes problemas para adaptarse a nuestra sociedad moderna, no manejaría nuestros códigos ni el lenguaje, pero sobreviría, decía el autor. Pero, por el contrario, si alguno de nosotros fuera llevado al pasado, digamos unos 10 mil años atrás, no sobreviviríamos ni dos días. Sobrevivir a la primera noche de frío sería un logro, pero moriríamos de hambre al día siguiente porque no tendríamos supermercados donde comprar y no sabemos cazar.

Esta invitación a imaginar me hizo reflexionar. ¿Realmente estamos más desvalidos que los cavernícolas? No lo creo, pero tal vez deberíamos pensar en las habilidades que estamos perdiendo cada vez que delegamos nuestras acciones a la tecnología.

Me resisto a la idea de que estaríamos más desvalidos en el pasado que los cavernícolas en el presente. ¿Qué hemos perdido en el camino? ¿Y qué hemos ganado? Hemos aprendido a externalizar funciones cerebrales en herramientas tecnológicas, algo que se llama «cognición extendida». Es como tener un cerebro suplementario, creado a lo largo de la historia con herramientas tecnológicas que nos permiten mejorar lo que, como humanos, no hacemos tan bien. Cada herramienta tecnológica es, en esencia, una extensión de nuestro cerebro humano. El cavernícola de la historia tuvo que crear una lanza, usando piedras, para cazar.

Varios estudios indican que la constante exposición a la tecnología nos ha liberado espacio en el cerebro para guardar información más útil y relevante, permitiendo que la tecnología almacene datos específicos, como fechas y números. Eso hemos ganado. Pero, ¿perdimos algo en realidad? Aún no lo sabemos con certeza, aunque está claro que el cerebro se adapta a las circunstancias a largo plazo, con posibles efectos cognitivos permanentes.

No tengo dudas sobre el valor que aporta la tecnología y lo emocionante que será con el acelerado desarrollo de la inteligencia artificial. Sin embargo, creo que hay una advertencia clara que no debemos ignorar: la dependencia indiscriminada de la tecnología podría ir de la mano con la migración de nuestras habilidades, e incluso con la pérdida gradual de nuestras habilidades innatas, al punto de no poder sobrevivir sin ellas en ciertos entornos. Entonces, ¿cuál es el equilibrio que debemos encontrar para que la tecnología no se convierta en una muleta que sostiene nuestras habilidades? La clave está en tener la sabiduría para saber cuándo dejar que nos guíe y cuándo es el momento de desconectar y ejercitar nuestras capacidades innatas.

La pregunta es más importante que la respuesta

“Si yo tuviera una hora para resolver un problema y mi vida dependiera de
la solución, yo gastaría los primeros 55 minutos para determinar
la pregunta apropiada , porque una vez supiera la pregunta correcta,
yo podría resolver el problema en menos de cinco minutos»

—ALBERT
EINSTEIN

Mi actividad principal en los últimos años ha estado enfocada en el acompañamiento de empresarios de startups en su trayecto de crecimiento. Me apasiona el debate en torno a la innovación y la creación de valor, especialmente a partir de la tecnología. A pesar de ello, me ha ocurrido más de alguna vez que me aburro en las reuniones y no logro concentrarme. Mi mente comienza a divagar con ideas que poco o nada tienen que ver con el propósito del encuentro. Seguro te ha pasado a tí también. ¿Te has preguntado qué aspectos podrían causar este desvío de atención? ¿Qué nos puede estar faltando para generar encuentros más productivos?

Es conocido que la calidad del conocimiento que adquirimos en nuestra vida y la eficacia de nuestras acciones depende en gran medida de la calidad de nuestras preguntas. Pareciera ser que nuestra mente se activa más cuando la desafiamos que cuando sólo recibe información. Varios premios Nobel han comentado que el momento «Eureka» se les presentó cuando se les reveló la pregunta «correcta».

El filósofo Hans-Georg Gadamer, en su libro Verdad y Método, plantea que preguntar abre la posibilidad al conocimiento.  «El sentido de preguntar consiste precisamente en dejar al descubierto la posibilidad de discutir sobre el sentido de lo que se pregunta. Una pregunta sin horizonte o sin sentido –escribe el autor–, es una pregunta en vacío que no lleva a ninguna parte«. De acuerdo con Gadamer, el preguntar es también el arte de pensar.

Filósofos como Sócrates enfatizan la importancia de cuestionar para comprender y vivir plenamente. Estas preguntas, en general, resultan difíciles de hacer ya que involucran cuestionar toda la existencia. Dudar de todo y no creer en todo lo que nos han contado sin reflexionarlo es parte de la libertad de pensamiento. Sócrates decía una y otra vez que filosofar es examinar la vida, cuestionarla, interrogarla, precisamente para poder vivirla humana y cabalmente.

Pero no basta con preguntar, es esencial hacer buenas preguntas. Bien vale preguntarse ¿qué diferencia hay entre preguntas que conducen a nuevas reflexiones y aquellas que no despiertan ningún interés?

En el mundo del coaching, se habla de preguntas poderosas. Son aquellas que abren espacios y posibilidades de reflexión, expandiendo nuestra comprensión interna y externa del mundo que nos rodea. Son preguntas que nos desafían a ser contestadas, por su calidad intrínseca, su llamado a la reflexión e invitación a la acción.

A través del poder de buenas preguntas no sólo creceremos como personas. También estamos aumentando nuestras capacidades de negociación, mejorando nuestras relaciones, desarrollando capacidades para resolver problemas complejos con nuestros equipos y, por supuesto, conocernos a nosotros mismos. Es decir, constituye una herramienta de vida.

El mundo está experimentando cambios monumentales a un ritmo vertiginoso. La pandemia, la inteligencia artificial, el cambio climático y las guerras que azotan al mundo son sólo algunos ejemplos de eventos que están reconfigurando nuestra vida, la forma en que trabajamos, vivimos y nos relacionamos, y por qué no decirlo, también, el orden mundial. Ante esta aceleración, ¿qué es lo que nos impide reflexionar? Si no damos el paso ahora, difícilmente tendremos las respuestas para poder enfrentar de mejor manera los desafíos que estos cambios nos están imponiendo.

En la cultura que vivimos, pareciera ser que nos sentimos cómodos con el No Saber y son pocos los que se lo cuestionan. La búsqueda rápida de la respuesta en Google o ChatGPT, cómoda y al alcance, a veces es la que nos impide poner énfasis en el análisis y la exploración de nuevas posibilidades, limitadas por las creencias aprendidas y la influencia de los medios. Ya lo aprendimos con la IA: para obtener buenas respuestas, debes hacer muy buenas preguntas (buenos prompts).

Seamos protagonistas y busquemos esas oportunidades que nos inviten a espacios de reflexión y exploración a través de preguntas catalizadoras y dejemos de tomar posiciones de pensamiento rígidas, que sólo nos limitan y nos llevan a malas decisiones.

Y tú, ¿te haz hecho preguntas poderosas?

Liderar con IA

La vertiginosa evolución de la tecnología ha catapultado a la inteligencia artificial (IA) al centro del escenario global. Esta proeza de la ingeniería ha encendido debates apasionados en diversos ámbitos, especialmente en el contexto del liderazgo. ¿Deberíamos temer que la IA usurpe el rol de los líderes humanos, como ya han aparecido gemelos digitales CEO’s, o más bien, podría fortalecer y potenciar sus capacidades?

El desarrollo de esta tecnología, que no es nueva, está ahora al alcance de todos y llenándonos cada día de más preguntas. La IA está generando nerviosismo y optimismo a la vez. No sabemos cómo enfrentaremos los desafíos éticos que conllevará dejar a los algoritmos decisiones importantes para la humanidad, ni tampoco si estaremos allí para poder interceder ante una mala decisión. Para algunos, como Yuval Harari, si no actuamos hoy, no sabremos si existiremos mañana. Todo está sucediendo muy rápido, como nunca antes lo habíamos vivido.

El desafío, sin embargo, no es sólo tecnológico. También enfrentamos un desafío monumental en el campo del liderazgo, ya que no estamos intrínsicamente preparados para movernos en ambientes VUCA, de alta volatilidad, incertidumbre, complejidad y ambigüedad, como el que estamos viviendo. Sabemos que como líderes debemos abrazar la agilidad y la adaptabilidad – todos nos enseñan eso – para poder pivotar rápidamente como respuesta a cambios drásticos en el tablero de juego. También sabemos que debemos colaborar y buscar la diversidad en nuestros equipos, para lograr pensamientos divergentes que nos permitan mayores niveles de creatividad y trabajo interdisciplinaro.

Pero, ¿cómo podemos apoyarnos en la misma tecnología que nos trae las interrogantes para intentar mitigar o resolver este dilema de liderazgo? La IA, con su capacidad para analizar y procesar datos a una velocidad vertiginosa, promete brindar una perspicacia sin precedentes para tomar decisiones fundamentadas, analizando tendencias emergentes y amenazas potenciales, pero carece de la empatía, la intuición y el discernimiento emocional que caracterizan al liderazgo humano. La esencia del liderazgo radica en la habilidad humana para comprender, motivar y guiar a otros en la consecución de las metas compartidas, donde la creatividad, el juicio ético y la comprensión humana son fundamentales.

Así, entendiendo que la IA es un recurso poderoso que puede enriquecer y fortalecer el liderazgo humano, vemos que no puede reemplazar la esencia misma de lo que significa liderar. El libro «Human + Machine» de Daugherty y Wilson, subraya que la IA es una herramienta poderosa, pero el liderazgo efectivo en la era actual implica la habilidad de combinar sabiamente las capacidades de la tecnología con las habilidades humanas únicas. Los líderes que comprenden esta dinámica y promueven una colaboración efectiva entre humanos y máquinas estarán mejor preparados para enfrentar los desafíos de la incertidumbre y el cambio constante.

En este viaje hacia el futuro, es esencial que abracemos la IA como una aliada estratégica que amplíe nuestras capacidades y nos permita alcanzar nuevas alturas en la toma de decisiones y la resolución de problemas. La coexistencia armónica de ésta y nuestras capacidades únicas, promete un horizonte repleto de posibilidades, donde la unión de la máquina y el espíritu humano impulsará el progreso y la excelencia en todas las esferas de la sociedad.


El liderazgo humano trae consigo un valor inigualable: la habilidad para inspirar, conectar y liderar equipos en la consecución de objetivos comunes, por lo que la tecnología nunca debería ser vista como un sustituto, sino como una herramienta complementaria, al no poder replicar la autenticidad y la conexión emocional que un líder humano es capaz de forjar.

¿Todo es para bien?

Hace algunos días estuvo de visita en Chile Mois Navon, experto en Inteligencia Artificial y uno de los padres de las tecnologías detrás de los vehículos autónomos. El es co-fundador de la empresa Mobileye, adquirida el 2017 por Intel Corporation, por nada menos que US$15,1 billones.

En sus charlas, donde contó su historia personal y cómo fue el camino hasta vender la compañía, fracasos de por medio (estuvieron a punto de quedarse sin recursos y quebrar), siempre conecta su relato con la convicción de que todo lo que nos sucede en la vida es parte de un plan. Él, como rabino, dice que ese plan es divino. Otros podrán asociarlo a la suerte o a lo que llamamos destino, no importa. Yo, en particular, no creo en la suerte como determinante de todos nuestros éxitos y desgracias. Creo que vivimos en un mundo más bien neutral, en donde son nuestras respuestas a las circunstancias las que determinan nuestro destino.

Soy un convencido de que, en la medida que asumamos la responsabilidad de nuestras propias emociones y reacciones, podremos tomar el control de nuestras vidas, reconociendo que somos los creadores de nuestra experiencia interna y elegir usar una circunstancia aparentemente negativa como una oportunidad significativa de aprendizaje.

“El sabio se alegra en todo momento ya que considera que todo lo que sucede es lo mejor que puede suceder”

Esta frase fue dicha en lo que en el 300 a.d.C era lo que hoy son las charlas TED: charlas con las ideas dignas de difundir. Se le atribuye la frase a Zenon de Citio, fundador de la filosofía estoica.

Me pareció curioso que Mois también dijera en sus charlas que «todo es para bien» cuando le preguntaban sobre su historia y si lo que estábamos creando con la Inteligencia Artificial y la tecnología era bueno o no para la humanidad. La tecnología puede replicar cualquier cosa que pueda resolver nuestro cerebro, pero no está dotada de ética. Se la damos nosotros a través de nuestra conciencia, repetía como respuesta. Y a continuación, remataba con un ejemplo: ¿Cómo podría un auto autónomo decidir qué hacer cuando en su trayecto no hay opción de evitar el atropello de alguna persona entre varias?¿A quién elige? Lo que nos diferencia de las máquinas, capaces de realizar cualquier función que nuestro cerebro pueda hacer, es la conciencia y, por ende, la capacidad de sentir. Es decir, es nuestra capacidad para experimentar el mundo de la forma en que lo hacemos (pensar sobre el pensamiento) lo que nos permite tener un sentido del bien y del mal.

La conciencia es la que nos permite reflexionar sobre el impacto de nuestras decisiones en el mundo que nos rodea, sopesando valores y considerando el bien común. Aún así, todo lo que nos sucede nos puede dejar algo bueno, aunque nos cueste encontrarle el sentido al principio. Muchas veces son enseñanzas que nos permiten evolucionar. Yo, cada vez que me enfrento a una situación así, prefiero decir que todo pasa por algo y para algo.

Hace pocos días se conmemoró la muerte de Viktor Frankl,  un hombre cuya vida y enseñanzas continúan resonando con profundo significado en la actualidad. Durante su tiempo en los campos de concentración nazi, Frankl experimentó el horror y la brutalidad más allá de lo imaginable, pero, sin embargo, fue en medio de ese abismante sufrimiento que forjó una comprensión única sobre propósito humano. ¿La hubiese tenido si no hubiese pasado por esas aterradoras circunstancias? Es el momento de recomendarte su libro «El hombre en busca de sentido».

La comprensión de la dimensión humana, algo que debemos incorporar en las tecnologías emergentes, hará la diferencia sobre la respuesta que generemos en su uso. Como dijo Frankl, en las circunstancias más desgarradoras, los individuos conservamos la capacidad de elegir la actitud con la que respondemos hacia lo que nos sucede. En la medida que la IA avanza, es crucial no sólo dotarla de conocimiento, sino también de una perspectiva ética que refleje la complejidad de nuestras vidas y la importancia de tomar decisiones informadas y conscientes.

En la época que vivimos, de la cuarta revolución industrial, el desarrollo de un marco ético es un recordatorio de que, a pesar de los avances tecnológicos, seguimos siendo guardianes de nuestros valores y responsabilidades como seres humanos.

Lo que aprendí de los esquimales

Fotografía: https://okdiario.com/curiosidades/donde-como-viven-esquimales-448558

¿Cuántos tonos de blanco puedes reconocer?

Whorf era un firme defensor, del determinismo lingüístico. El aseguraba que la lengua que aprendemos afecta drásticamente a la forma en la que percibimos, recordamos y pensamos el mundo.

Aunque nunca he estado en Alaska, Siberia o Groenlandia, ni tampoco he conocido a los Inuit, como se les denomina a los esquimales, hace mucho tiempo escuché una historia que decía que este pueblo era capaz de distinguir hasta una treintena de tonalidades de blanco, cada uno con su denominación particular. Esto, que al parecer no deja de ser un mito pseudocientífico, fue popularizado en la primera mitad del siglo XX por el lingüista Benjamin Whorf.

Pero, ¿por qué creo que es importante esto? Porque la mayoría de nosotros escuchamos e interpretamos de manera literal lo que las palabras dicen y tendemos a pasar por alto lo que el otro interpreta o siente de lo que decimos. Lo que le pasa al otro está determinado por su historia, creencias y entorno en el que se ha desenvuelto, donde el lenguaje ha sido parte fundamental para desarrollar su visión única del mundo. Cada uno de nosotros tiene el propio y ninguno es más real o cierto que el otro. Los esquimales han vivido siempre rodeados de nieve, por lo que parece natural, e incluso deseable, que pudieran desarrollar capacidades y distinciones únicas asociadas a su realidad y entorno, para su propósito de defensa y sobrevivencia.

El problema se da cuando, asumiendo que el otro percibe lo mismo que nosotros, nos centramos en lo que queremos transmitir, es decir, lo que nos importa a nosotros, sin preocuparnos de las múltiples interpretaciones que pueden tener los demás de nuestro actuar. En ocasiones, sin querer, podemos estar ofendiendo o posibilitando que el otro perciba algo diferente a lo que quisimos decir.

Hace poco una persona con la que estaba trabajando un proyecto me dijo «si quieres lo hago yo para que salga más rápido». Eso, que para ella fue una muestra de cariño y generosidad al ofrecerme hacerse cargo de mi trabajo, para mi fue, derechamente, una ofensa. Lo interpreté como una forma elegante de decir que yo estaba siendo ineficiente.

Cuando hablamos de poder distinguir colores, como en el ejemplo de los esquimales, esto mismo es aplicable a múltiples otros aspectos, como podrían ser las emociones, los gestos y, por supuesto como ya vimos, el lenguaje. En el mundo del coaching hablamos de tener distinciones, la capacidad de distinguir mejor lo que se dice y se escucha, intentando ir más allá del sentido literal de las palabras para mirar «debajo del agua».

Esta capacidad de usar el lenguaje de manera adecuada y tener las distinciones necesarias para escuchar activamente a otros, en lo que dice, lo que siente y cómo lo expresa su propio cuerpo, es uno de los aspectos más importantes que deben tener los verdaderos líderes de hoy, y debo confesar que uno de los grandes aprendizajes de mi vida en los últimos años.

Cuando estoy sólo preocupado de mi propia agenda, cuidando mis intereses y sin atender a las necesidades y emociones de los demás, muchas veces paso por alto lo que puedo estar generando en los demás y pierdo oportunidades únicas de desarrollar el potencial de la relación y del otro. Un buen líder siempre debe buscar cómo ayudar al otro a brillar y desarrollarse, y el uso correcto del lenguaje es una de las herramientas más poderosas para lograrlo. A veces pensamos que el trabajo colaborativo o en equipo es en un juego de suma cero, en donde no puedo entregar a los demás ese brillo porque perderé el mío propio. Pero es todo lo contrario.

Si en vez de haberme dicho que «lo puede hacer mejor o más rápido» la persona con la que trabajé el proyecto hubiese indagado si necesitaba su ayuda o sí sería de valor para mi su colaboración, la oferta hubiese sido bien recibida. En ese caso, el foco hubiese estado puesto en la necesidad del otro, o sea, en la mía. Así es como debe ser. A veces es tan simple como hacer la pregunta correcta.

Una vela encendida puede encender miles de velas, sin perder su capacidad de seguir brillando, entregando luz y energía. Si aprendemos esto tan simple, avanzaremos en el camino de ser mejores líderes y personas, desarrollando equipos cohesionados y comprometidos, que es lo más importante que hoy las empresas y la sociedad necesitan.

Nuestro propio vacío: el alimento de las empresas

En la segunda mitad de los años 90, en Chile, una revolución silenciosa comenzaba a gestarse. Tuve la fortuna de formar parte de aquel movimiento, aunque en aquel entonces no era plenamente consciente del impacto que tendría lo que estábamos construyendo. Participé en la creación de los modelos digitales de terreno que servirían de base para levantar la infraestructura de telefonía móvil que hoy tenemos en el país, una innovación tecnológica que permitió a las compañías de telefonía celular identificar las ubicaciones óptimas para desplegar sus antenas y así brindar el incipiente servicio de telefonía personal celular en nuestro país.

Aquella iniciativa, que nació en esa época como un simple servicio de llamadas de voz, se ha transformado en algo mucho más trascendental en la actualidad. Nuestros teléfonos móviles son ahora mucho más que un dispositivo de comunicación. Son cámaras fotográficas, escáneres, enciclopedias, GPS, reproductores de música, despertadores, televisores y mucho más. El celular se ha convertido en una pieza fundamental en nuestras vidas, omnipresente en todo momento.

No obstante, este flujo inagotable de contenido nos ha llevado a una paradoja: no tenemos tiempo para estar y sentir fuera del ámbito digital. Todo lo que hacemos, cómo nos sentimos, nuestros gustos y preferencias, todo se expresa mediante un dispositivo electrónico. Sin embargo, paradójicamente, nunca antes nos habíamos sentido tan solos como ahora. Un estudio publicado en ScienceDirect con el título  “Worldwide increases in adolescent loneliness” reveló que, en 36 de los 37 países analizados, los sentimientos de soledad entre los adolescentes habían experimentado un aumento drástico entre 2012 y 2018.

Es precisamente esa sensación de soledad la que lleva a los jóvenes (y a los no tan jóvenes) a llenar ese vacío en sus vidas con tecnología. El problema radica en que nuestros dispositivos móviles están secuestrando nuestra atención, y esa atención no es gratuita. La pagamos a cambio de acceso a programas y aplicaciones que, irónicamente, solo perpetúan este ciclo.

Cada vez más compañías y empresas están manipulando nuestra mente y captando nuestra atención con el objetivo de obtener información precisa sobre nosotros y comprender nuestra forma de pensar. Se invierten millones de dólares cada día con el fin de entender cómo pueden aprovecharse de nuestras vulnerabilidades mentales para introducirse en nuestra psique y someternos a comportamientos condicionados, como si fuéramos zombies atrapados en el mundo que han creado para nosotros.

Nos hemos convertido, sin darnos cuenta, en piezas de un engranaje mucho más grande, donde nuestro propio vacío nos ha llevado a depender de interacciones digitales, donde nuestras preferencias y comportamientos son meticulosamente analizados para influir en nuestras vidas, todo movilizado desde nuestro propio ego. Nos convertimos en los eslabones de una cadena que alimenta el ciclo de la monetización de nuestros datos.

Ya sabes, cuando te ofrecen algo de forma gratuita, es importante que reflexiones sobre cómo estás pagando por ello. No existe tal cosa como un almuerzo gratis. En este caso, estamos pagando con nuestra atención, con nuestra privacidad y, en última instancia, con nuestra autonomía y libertad.

Con el advenimiento acelerado de la inteligencia artificial, llegó el momento de cuestionarnos el rol que desempeña la tecnología en nuestras vidas y de ser conscientes de cómo nos afecta. No se trata de demonizarla, tampoco podemos ni quisiéramos retroceder, pero sí debemos tomar decisiones informadas sobre cómo queremos usar la tecnología, nuestros dispositivos y cómo permitimos que nos manipulen. Recuerda, siempre hay un precio oculto detrás de lo aparentemente gratuito.