Una generación ansiosa

La depresión severa en niños y niñas adolescentes presentó un aumento de 161% y 145% respectivamente entre los años 2010 y 2020. Son datos que corresponden a un estudio de Jonathan David Haidt, psicólogo social estadounidense, profesor de Liderazgo Ético en la Universidad de Nueva York, que fue publicado recientemente en un libro bajo el nombre «La generación ansiosa». En el documento describe, a través de datos precisos y gráficos, cómo se está llevando a cabo una reconfiguración de la mente de los jóvenes con el uso de tecnología y el consumo indiscriminado de redes sociales. Lo anterior estaría generando una epidemia de enfermedades mentales y crisis de ansiedad, según el referido estudio, el que toma muestras de distintos países, incluyendo Estados Unidos, Canadá, Suecia y UK, entre otros.

Lo que considero más alarmante es el incremento de un 188% en casos de asistencia a centros médicos por autolesiones, lo que se condice con el aumento en la tasa de suicidios en adolescentes de ambos géneros.

La exposición a la tecnología está redefiniendo la forma en que el cerebro procesa información y responde a los estímulos. La constante exposición a redes sociales y juegos en línea está llevando a un «recableado» de los circuitos cerebrales dominados cada vez más por recompensas de corto plazo, con profundas consecuencias en el desarrollo cognitivo, emocional y social de los jóvenes, lo que merece una atención cuidadosa y crítica por parte de la sociedad.

Los jóvenes han reducido el nivel de encuentros diarios con amigos fuera del colegio, lo que ha provocado mayor sensación de soledad y falta de significado en sus vidas. Según el mismo estudio, el futuro no es visto como prometedor por más del 10% de los jóvenes y cerca de un tercio de ellos dice sentirse solo o sola frecuentemente.

Otros autores han expuesto sobre el impacto de la tecnología en los más jóvenes, como recientemente lo hizo el científico francés Michel Desmurget, quien afirma en su libro «Más Libros y Menos Pantallas» que estamos frente a un desastre sanitario. Dice que dejar que un niño de dos o tres años se atiborre de pantallas es una forma de abuso, y el Estado debe actuar. Lo mismo ha sido estudiado en universidades, como Harvard, donde los investigadores han encontrado cambios relevantes en la estructura y función del cerebro, especialmente en regiones relacionadas con la recompensa y la toma de decisiones. La literatura es amplia en este ámbito.

Mientras la tecnología puede generar muchos beneficios y herramientas para administrar la ansiedad, es importante encontrar el balance preciso que funcione para cada individuo y pueda ayudar a mejorar la salud mental. Las comparaciones permanentes con otros, en sus versiones perfectas, nos pueden llevar a una empobrecida imagen de nosotros mismos y a las alteraciones y enfermedades antes mencionadas. Es por eso que alejarse un poco de las pantallas y dar un respiro a la infoxicación seguro será muy beneficioso.

De lo anterior nacen muchas preguntas y preocupaciones. ¿Cómo podríamos hacernos cargo, en nuestro papel de adultos, de gobierno y de sociedad para velar por políticas y regulaciones que protejan a los niños y jóvenes contra los riesgos asociados con el uso excesivo de tecnología? El Académico UC y Director de EducomLab, Daniel Halpern, concuerda con Haidt y plantea la relevancia de 4 acciones inmediatas:
1) Retrasar la entrega de smartphones hasta primero medio.
2) Regular el uso de redes sociales con filtros parentales para evitar que los jóvenes se expongan en el periodo más vulnerable de su desarrollo cerebral.
3) Reducir el mundo digital en la realidad escolar, focalizando su atención offline.
4) Que jueguen más y ayudarlos a ser más independientes para un mejor desarrollo de habilidades sociales.

El desafío entonces será encontrar y disponer de alternativas saludables y gratificantes que actúen en reemplazo de la excesiva exposición a la tecnología y que pueden ofrecerse como complemento para el desarrollo cognitivo y emocional de los más jóvenes. Según el científico francés, el único antídoto es la lectura. Nosotros como padres tenemos la responsabilidad de actuar ahora.