Ser tu mismo es suficiente

¿Te pasa que cada día te cuesta más acostarte tranquilo o tranquila pensando si hiciste todo lo que debías durante el día? Aún es más difícil si pensamos en las decisiones que tuvimos que tomar, conscientes de que algunas cosas las pudimos haber hecho mejor, o derechamente, las hicimos mal.

He sido en mi vida una persona que evitó siempre decir que no, sabiendo que las demandas que podría implicar ese “si” me llevarían a sobrepasar mis capacidades y me generarían stress. Hubo veces que dije “no”, aunque quería decir lo contrario… y no me atreví.  ¿Por qué lo hacemos? Sea por miedo, sentimientos de culpa, necesidad de aparentar o por satisfacer a otros, la realidad es que muchas veces actuamos de una manera que no refleja nuestro ser y nuestro real sentimiento.

Vivimos con la presión diaria de satisfacer a otros, de acuerdo a sus expectativas sobre nosotros mismos, con máscaras que nos hacen ser distintos a lo que realmente somos, diciendo cosas que otros quieren escuchar o que no responden a nuestros reales pensamientos, solo con el fin de satisfacerlos y no mostrarnos débiles o vulnerables. Esta conducta, estresante y extenuante, puede terminar consumiendo nuestras vidas.

La vulnerabilidad es incómoda para la mayoría de nosotros, por lo que es común que busquemos formas de disimularla, aparentando que somos fuertes. Sin embargo, es la esencia de gran parte de lo que sentimos y, por lo mismo, tiene mucho valor. Todo el sufrimiento o las perturbaciones que podamos sentir por hechos de la realidad son una construcción que se origina en nuestra mente. Por lo tanto, aunque nadie dice que sea fácil, basta con diferenciar entre las situaciones externas, que son siempre neutras, con lo que pensamos acerca de ellas, lo cual es una distorsión subjetiva generada por nuestra mente a partir de nuestras creencias. Somos nosotros los que le damos el carácter positivo o negativo a las situaciones que nos toca vivenciar.

Entonces, ¿no sería mejor ser capaces de reconciliarnos con nuestro propio ser y con la idea de que somos vulnerables, imperfectos y, a veces, cobardes? Esto es justamente lo que plantea Brené Brown, destacada escritora e investigadora, en sus libros “Los dones de la imperfección” y “El poder de ser vulnerables”.

En un mundo de redes sociales digitales de alcance global, en donde nuestra vida se expone sin filtro, todo el mundo quiere mostrar a la persona que quisiera ser. Nos ponemos máscaras para mostrar a ese individuo a través de una imagen artificialmente construida de nosotros.  O ¿has visto alguna vez una historia en Instagram donde alguien se muestre vulnerable o débil?. Por el contrario, nos mostramos en situaciones en donde aparentamos tener el control y que potencian esa imagen de éxito y felicidad que buscamos proyectar.

La historia personal de cada uno, o “la mochila” que cargamos, es la que predetermina nuestra forma de actuar, nuestros miedos y temores. Brown nos dice que la aceptación de esa historia y, por ende, la de nosotros mismos, es la forma de avanzar en el camino para experimentar los estados de felicidad, amor y pertenencia que todos los seres humanos anhelamos. Ese estado se construye a partir de todas las pequeñas y grandes decisiones que debemos tomar a diario.

Muchas decisiones en mi vida las he tomado de “guata”, lo que algunos llaman intuición u olfato. Es fácil demostrar que aquellos que tienen un olfato desarrollado se equivocan menos que aquellos que no lo tienen. Y es porque muchas veces no existe mejor regla para decidir que confiar en nuestros propios instintos.

En cambio, son innumerables las veces que dejamos de hacer lo que sentimos y queremos, por miedo o por pensar que las cosas podrían salir mal.  Lo malo de esto es que es muy complejo poder discernir entre una idea mala y una que puede parecer mala, simplemente porque nos asusta. Es ahí cuando el instinto debe jugar su rol, ya que es nuestra mejor brújula para decidir. Debemos tener el coraje para decidir ser imperfectos y establecer límites, sabiendo que podemos equivocarnos en el camino.

El instinto se construye a partir de señales procesadas de manera inconsciente, por lo que se nos hace difícil poder expresarlo. En cambio, aquellas decisiones racionales sí son fáciles de expresar con argumentos que cualquiera puede entender. Si crees que debes hacer algo, pero te llenas de excusas, el consejo es que avances y hagas lo que sientes. Puedes estar tranquilo ya que las decisiones racionales y los instintos sí parecen estar correlacionados la mayoría de las veces.

En cualquier caso, cuando las respuestas se buscan internamente, raramente están equivocadas. Es común buscar respuestas en el exterior y sentir frustración e infelicidad cuando nos comparamos con otros y vemos lo que nos falta, normalmente en aspectos visibles o materiales. Te propongo un ejercicio simple: Haz una lista de los logros que quieres alcanzar en tu vida, incluyendo aquellos que ya has alcanzado. Seguro estará ahí el sueño de la casa propia, el trabajo ideal, el auto último modelo y más y más dinero. Esto necesariamente implica más trabajo. Haz ahora la lista de las cosas que te han hecho feliz en el pasado. Te aseguro que no serán esas mismas cosas de la lista anterior. Será una lista corta y sin evidencias materiales, cuyos logros se consiguen de la manera opuesta, con menos trabajo y más tiempo.

Por eso, comienza a liberarte de quien crees que deberías ser y abraza a quien realmente eres, interactuando con el mundo desde una posición distinta, de valor y merecimiento por quien eres, no por quien te gustaría ser.