¿Todo es para bien?

Hace algunos días estuvo de visita en Chile Mois Navon, experto en Inteligencia Artificial y uno de los padres de las tecnologías detrás de los vehículos autónomos. El es co-fundador de la empresa Mobileye, adquirida el 2017 por Intel Corporation, por nada menos que US$15,1 billones.

En sus charlas, donde contó su historia personal y cómo fue el camino hasta vender la compañía, fracasos de por medio (estuvieron a punto de quedarse sin recursos y quebrar), siempre conecta su relato con la convicción de que todo lo que nos sucede en la vida es parte de un plan. Él, como rabino, dice que ese plan es divino. Otros podrán asociarlo a la suerte o a lo que llamamos destino, no importa. Yo, en particular, no creo en la suerte como determinante de todos nuestros éxitos y desgracias. Creo que vivimos en un mundo más bien neutral, en donde son nuestras respuestas a las circunstancias las que determinan nuestro destino.

Soy un convencido de que, en la medida que asumamos la responsabilidad de nuestras propias emociones y reacciones, podremos tomar el control de nuestras vidas, reconociendo que somos los creadores de nuestra experiencia interna y elegir usar una circunstancia aparentemente negativa como una oportunidad significativa de aprendizaje.

“El sabio se alegra en todo momento ya que considera que todo lo que sucede es lo mejor que puede suceder”

Esta frase fue dicha en lo que en el 300 a.d.C era lo que hoy son las charlas TED: charlas con las ideas dignas de difundir. Se le atribuye la frase a Zenon de Citio, fundador de la filosofía estoica.

Me pareció curioso que Mois también dijera en sus charlas que «todo es para bien» cuando le preguntaban sobre su historia y si lo que estábamos creando con la Inteligencia Artificial y la tecnología era bueno o no para la humanidad. La tecnología puede replicar cualquier cosa que pueda resolver nuestro cerebro, pero no está dotada de ética. Se la damos nosotros a través de nuestra conciencia, repetía como respuesta. Y a continuación, remataba con un ejemplo: ¿Cómo podría un auto autónomo decidir qué hacer cuando en su trayecto no hay opción de evitar el atropello de alguna persona entre varias?¿A quién elige? Lo que nos diferencia de las máquinas, capaces de realizar cualquier función que nuestro cerebro pueda hacer, es la conciencia y, por ende, la capacidad de sentir. Es decir, es nuestra capacidad para experimentar el mundo de la forma en que lo hacemos (pensar sobre el pensamiento) lo que nos permite tener un sentido del bien y del mal.

La conciencia es la que nos permite reflexionar sobre el impacto de nuestras decisiones en el mundo que nos rodea, sopesando valores y considerando el bien común. Aún así, todo lo que nos sucede nos puede dejar algo bueno, aunque nos cueste encontrarle el sentido al principio. Muchas veces son enseñanzas que nos permiten evolucionar. Yo, cada vez que me enfrento a una situación así, prefiero decir que todo pasa por algo y para algo.

Hace pocos días se conmemoró la muerte de Viktor Frankl,  un hombre cuya vida y enseñanzas continúan resonando con profundo significado en la actualidad. Durante su tiempo en los campos de concentración nazi, Frankl experimentó el horror y la brutalidad más allá de lo imaginable, pero, sin embargo, fue en medio de ese abismante sufrimiento que forjó una comprensión única sobre propósito humano. ¿La hubiese tenido si no hubiese pasado por esas aterradoras circunstancias? Es el momento de recomendarte su libro «El hombre en busca de sentido».

La comprensión de la dimensión humana, algo que debemos incorporar en las tecnologías emergentes, hará la diferencia sobre la respuesta que generemos en su uso. Como dijo Frankl, en las circunstancias más desgarradoras, los individuos conservamos la capacidad de elegir la actitud con la que respondemos hacia lo que nos sucede. En la medida que la IA avanza, es crucial no sólo dotarla de conocimiento, sino también de una perspectiva ética que refleje la complejidad de nuestras vidas y la importancia de tomar decisiones informadas y conscientes.

En la época que vivimos, de la cuarta revolución industrial, el desarrollo de un marco ético es un recordatorio de que, a pesar de los avances tecnológicos, seguimos siendo guardianes de nuestros valores y responsabilidades como seres humanos.

Lo que aprendí de los esquimales

Fotografía: https://okdiario.com/curiosidades/donde-como-viven-esquimales-448558

¿Cuántos tonos de blanco puedes reconocer?

Whorf era un firme defensor, del determinismo lingüístico. El aseguraba que la lengua que aprendemos afecta drásticamente a la forma en la que percibimos, recordamos y pensamos el mundo.

Aunque nunca he estado en Alaska, Siberia o Groenlandia, ni tampoco he conocido a los Inuit, como se les denomina a los esquimales, hace mucho tiempo escuché una historia que decía que este pueblo era capaz de distinguir hasta una treintena de tonalidades de blanco, cada uno con su denominación particular. Esto, que al parecer no deja de ser un mito pseudocientífico, fue popularizado en la primera mitad del siglo XX por el lingüista Benjamin Whorf.

Pero, ¿por qué creo que es importante esto? Porque la mayoría de nosotros escuchamos e interpretamos de manera literal lo que las palabras dicen y tendemos a pasar por alto lo que el otro interpreta o siente de lo que decimos. Lo que le pasa al otro está determinado por su historia, creencias y entorno en el que se ha desenvuelto, donde el lenguaje ha sido parte fundamental para desarrollar su visión única del mundo. Cada uno de nosotros tiene el propio y ninguno es más real o cierto que el otro. Los esquimales han vivido siempre rodeados de nieve, por lo que parece natural, e incluso deseable, que pudieran desarrollar capacidades y distinciones únicas asociadas a su realidad y entorno, para su propósito de defensa y sobrevivencia.

El problema se da cuando, asumiendo que el otro percibe lo mismo que nosotros, nos centramos en lo que queremos transmitir, es decir, lo que nos importa a nosotros, sin preocuparnos de las múltiples interpretaciones que pueden tener los demás de nuestro actuar. En ocasiones, sin querer, podemos estar ofendiendo o posibilitando que el otro perciba algo diferente a lo que quisimos decir.

Hace poco una persona con la que estaba trabajando un proyecto me dijo «si quieres lo hago yo para que salga más rápido». Eso, que para ella fue una muestra de cariño y generosidad al ofrecerme hacerse cargo de mi trabajo, para mi fue, derechamente, una ofensa. Lo interpreté como una forma elegante de decir que yo estaba siendo ineficiente.

Cuando hablamos de poder distinguir colores, como en el ejemplo de los esquimales, esto mismo es aplicable a múltiples otros aspectos, como podrían ser las emociones, los gestos y, por supuesto como ya vimos, el lenguaje. En el mundo del coaching hablamos de tener distinciones, la capacidad de distinguir mejor lo que se dice y se escucha, intentando ir más allá del sentido literal de las palabras para mirar «debajo del agua».

Esta capacidad de usar el lenguaje de manera adecuada y tener las distinciones necesarias para escuchar activamente a otros, en lo que dice, lo que siente y cómo lo expresa su propio cuerpo, es uno de los aspectos más importantes que deben tener los verdaderos líderes de hoy, y debo confesar que uno de los grandes aprendizajes de mi vida en los últimos años.

Cuando estoy sólo preocupado de mi propia agenda, cuidando mis intereses y sin atender a las necesidades y emociones de los demás, muchas veces paso por alto lo que puedo estar generando en los demás y pierdo oportunidades únicas de desarrollar el potencial de la relación y del otro. Un buen líder siempre debe buscar cómo ayudar al otro a brillar y desarrollarse, y el uso correcto del lenguaje es una de las herramientas más poderosas para lograrlo. A veces pensamos que el trabajo colaborativo o en equipo es en un juego de suma cero, en donde no puedo entregar a los demás ese brillo porque perderé el mío propio. Pero es todo lo contrario.

Si en vez de haberme dicho que «lo puede hacer mejor o más rápido» la persona con la que trabajé el proyecto hubiese indagado si necesitaba su ayuda o sí sería de valor para mi su colaboración, la oferta hubiese sido bien recibida. En ese caso, el foco hubiese estado puesto en la necesidad del otro, o sea, en la mía. Así es como debe ser. A veces es tan simple como hacer la pregunta correcta.

Una vela encendida puede encender miles de velas, sin perder su capacidad de seguir brillando, entregando luz y energía. Si aprendemos esto tan simple, avanzaremos en el camino de ser mejores líderes y personas, desarrollando equipos cohesionados y comprometidos, que es lo más importante que hoy las empresas y la sociedad necesitan.

Nuestro propio vacío: el alimento de las empresas

En la segunda mitad de los años 90, en Chile, una revolución silenciosa comenzaba a gestarse. Tuve la fortuna de formar parte de aquel movimiento, aunque en aquel entonces no era plenamente consciente del impacto que tendría lo que estábamos construyendo. Participé en la creación de los modelos digitales de terreno que servirían de base para levantar la infraestructura de telefonía móvil que hoy tenemos en el país, una innovación tecnológica que permitió a las compañías de telefonía celular identificar las ubicaciones óptimas para desplegar sus antenas y así brindar el incipiente servicio de telefonía personal celular en nuestro país.

Aquella iniciativa, que nació en esa época como un simple servicio de llamadas de voz, se ha transformado en algo mucho más trascendental en la actualidad. Nuestros teléfonos móviles son ahora mucho más que un dispositivo de comunicación. Son cámaras fotográficas, escáneres, enciclopedias, GPS, reproductores de música, despertadores, televisores y mucho más. El celular se ha convertido en una pieza fundamental en nuestras vidas, omnipresente en todo momento.

No obstante, este flujo inagotable de contenido nos ha llevado a una paradoja: no tenemos tiempo para estar y sentir fuera del ámbito digital. Todo lo que hacemos, cómo nos sentimos, nuestros gustos y preferencias, todo se expresa mediante un dispositivo electrónico. Sin embargo, paradójicamente, nunca antes nos habíamos sentido tan solos como ahora. Un estudio publicado en ScienceDirect con el título  “Worldwide increases in adolescent loneliness” reveló que, en 36 de los 37 países analizados, los sentimientos de soledad entre los adolescentes habían experimentado un aumento drástico entre 2012 y 2018.

Es precisamente esa sensación de soledad la que lleva a los jóvenes (y a los no tan jóvenes) a llenar ese vacío en sus vidas con tecnología. El problema radica en que nuestros dispositivos móviles están secuestrando nuestra atención, y esa atención no es gratuita. La pagamos a cambio de acceso a programas y aplicaciones que, irónicamente, solo perpetúan este ciclo.

Cada vez más compañías y empresas están manipulando nuestra mente y captando nuestra atención con el objetivo de obtener información precisa sobre nosotros y comprender nuestra forma de pensar. Se invierten millones de dólares cada día con el fin de entender cómo pueden aprovecharse de nuestras vulnerabilidades mentales para introducirse en nuestra psique y someternos a comportamientos condicionados, como si fuéramos zombies atrapados en el mundo que han creado para nosotros.

Nos hemos convertido, sin darnos cuenta, en piezas de un engranaje mucho más grande, donde nuestro propio vacío nos ha llevado a depender de interacciones digitales, donde nuestras preferencias y comportamientos son meticulosamente analizados para influir en nuestras vidas, todo movilizado desde nuestro propio ego. Nos convertimos en los eslabones de una cadena que alimenta el ciclo de la monetización de nuestros datos.

Ya sabes, cuando te ofrecen algo de forma gratuita, es importante que reflexiones sobre cómo estás pagando por ello. No existe tal cosa como un almuerzo gratis. En este caso, estamos pagando con nuestra atención, con nuestra privacidad y, en última instancia, con nuestra autonomía y libertad.

Con el advenimiento acelerado de la inteligencia artificial, llegó el momento de cuestionarnos el rol que desempeña la tecnología en nuestras vidas y de ser conscientes de cómo nos afecta. No se trata de demonizarla, tampoco podemos ni quisiéramos retroceder, pero sí debemos tomar decisiones informadas sobre cómo queremos usar la tecnología, nuestros dispositivos y cómo permitimos que nos manipulen. Recuerda, siempre hay un precio oculto detrás de lo aparentemente gratuito.

Pide como un artista

Imagen: NeuronaCibernética.com

«No podemos ver eso que no podemos nombrar». Esta frase, que seguramente muchos reconocemos en la voz de Humberto Maturana, es la que nos habla de los superpoderes del lenguaje. El lenguaje es generativo. Debo reconocer que no lo tenía tan claro hasta hace poco tiempo, o no lo había descubierto a la manera de hoy. Pero, ¿qué quiere decir esto en realidad? Te lo explico.

Las cosas adquieren existencia cuando les asignamos un nombre, una vez que las definimos. La mente puede crear realidades a través de nuestros pensamientos, incluso si intentamos evitarlo. Si te digo, por ejemplo, que no pienses en un elefante rosa, ¿en qué piensas? Estoy seguro de que tu mente se imaginó un elefante rosa, aunque sabemos que no existe en realidad.

Con los avances en inteligencia artificial (IA), hemos sido testigos de cómo nuestra comunicación con las máquinas ha evolucionado hacia el uso del lenguaje natural, a través de interfaces conversacionales o chats. Cada interacción que tenemos con ellas genera acciones y crea realidades. Podemos crear imágenes simplemente diciendo lo que queremos ver, generar videos a partir de descripciones o incluso entablar conversaciones con una máquina, como si se tratara de otro ser humano. Incluso esta misma columna podría haber sido escrita por una IA… pero NOT. Todo esto es posible gracias a lo que se conoce como «IA generativa».

Podríamos decir, metafóricamente, que el lenguaje es como un jardín fértil en el que florecen las ideas, y la inteligencia artificial es como un hábil jardinero que cultiva estas semillas lingüísticas. Pero esa habilidad para cultivar y cosechar hay que desarrollarla.

Quienes hemos experimentado con IA hemos descubierto que no siempre obtenemos los resultados deseados y, muchas veces, culpamos a la IA. Lo hacemos de la misma manera en que responsabilizamos a otros cuando no nos gusta lo que nos sucede en nuestra vida. Para lograr que nuestro «jardín» prospere y las cosas sucedan como deseamos, es crucial «sembrar semillas» de calidad. En el mundo de la IA, esas semillas se llaman prompts o «indicaciones».

Si sientes que «nadie te entiende», o más bien que la IA no te comprende, es porque debes trabajar en mejorar las peticiones e indicaciones que le das, al igual que en las peticiones y comunicaciones humanas. Podría asegurar que no estás escribiendo buenos prompts. Esta habilidad-ciencia se está convirtiendo en un arte, muy valorado por cierto, y ya existen carreras dedicadas a aprenderlo. Aquellos que lo dominen serán los líderes y celebridades del futuro.

Hasta ahora, no había comprendido de manera tan clara el poder que el lenguaje nos otorga para crear lo inimaginable. Al igual que las palabras y su poder transformador para influir en los demás, construir puentes o levantar barreras, sanar o herir, fomentar la comprensión o sembrar la discordia, es de esperar que utilicemos siempre el lenguaje para hacer el bien y de manera consciente, respetuosa e inclusiva.

Como arquitectos de esta nueva era lingüística, nuestra responsabilidad consiste en sembrar semillas de consciencia y ética, sin desaprovechar el inmenso poder que tenemos, de hacer florecer mundos inimaginables. ¿Seremos capaces? Yo estoy seguro que si.

¿Vives en modo piloto automático?

Seguro que si has viajado en avión te has preguntado ¿qué hacen los pilotos durante el vuelo, si la mayor parte del tiempo el avión va recto y nivelado?. Por más de 16 años volé planeadores y aviones monomotor. Fue un desafío y afición del cual aprendí muchísimo, que me generaba placer y adrenalina a la vez, y, por momentos, grados importantes de tensión. En esos aparatos que volaba no existe el piloto automático, que sí se utiliza en los aviones comerciales o más grandes. Ese computador de vuelo me podría haber hecho las cosas más fáciles, pero sin duda con un aprendizaje menor a la hora de sortear dificultades y las vicisitudes de un clima turbulento.

Muchos de nosotros actuamos en nuestras vidas en modo piloto automático, pero ciertos eventos pueden forzarnos a cambiar. Ocurre normalmente cuando nos damos cuenta de que nuestras convicciones y decisiones no fueron el resultado de nuestra elección consciente, sino que fueron instaladas por defecto, como resultado de nuestra historia. Muchas veces no actuamos en busca de lo que realmente queremos, sino que lo hacemos porque es lo aceptado y establecido por la sociedad.

El espacio cultural y social en el que vivimos nos condiciona a vivir de una determinada forma, la que nos proporciona reglas que nos dicen cómo existir, cómo planificar nuestra vida, cómo definir el éxito y la felicidad, para ayudarnos a llevar una vida corriente y segura. Pero la “seguridad” tarde o temprano genera aburrimiento y termina en estancamiento.

Cuando decidimos explorar caminos menos transitados, innovando y arriesgando, nos damos cuenta de que podemos elegir nuestra propia versión del mundo que queremos vivir, eliminando modelos y reglas obsoletas que nos determinan en el actuar. Las malas creencias generan malos hábitos y adolecen de una práctica consciente. Cuando decimos «es que somos así», estamos negando la posibilidad de cambio.

Las mentes extraordinarias crean una visión para su futuro que es propia y que existe al margen de las expectativas del espacio sociocultural en el cual se desenvuelven y se centran en las metas que los conectan con lo que los hace felices. No es necesario tener una mente privilegiada para generar el cambio. De hecho, la mayoría de esas mentes ni siquiera tienen estudios profesionales. Lo que tienen es una vocación y la fortaleza para creer en sí mismos y gestionar sus propios pensamientos, que determinan sus acciones y su futuro.

Pero el cambio para tomar el control de tu futuro no es gratis. Para eso debes ser fuerte, obviar las críticas y el miedo a las pérdidas que tendrás en el camino. Cuando sientas que eso ya no te perturba o dejó de afectarte, estarás avanzando en el camino de tu elección, ya sin piloto automático.

¿Eres CEO o jefe?

Recuerdo cuando recién comencé a trabajar, mi primer cargo no tenía ningún título. Simplemente yo formaba parte de un equipo de ingenieros, de pares, con un propósito común. Y nunca me lo cuestioné.

Sin embargo, en la medida que avanzaba en mi carrera, los roles y cargos me empezaron a llamar la atención. Sentía que cada nuevo ascenso en mi carrera significaba más autoridad formal, responsabilidades y alimentaba mi bolsillo y mi ego. Claro, de esto último no era tan consciente, ya que pensaba que el liderazgo era algo que se otorgaba a alguien por decreto y no algo que se ganaba a través del reconocimiento, como autoridad informal, por parte de un equipo.

Me toca mucho ver, en especial en el mundo del emprendimiento, a directores generales, o dicho más cool aún, a CEOs de startups actuando más como jefes de ventas que ejecutivos propiamente tales, independientemente del tamaño de la empresa. El micromanagement debe ser uno de los mayores signos de mala gestión por parte de un líder, quien, al no soltar el lastre, no conseguirá liderar a su equipo para escalar de manera correcta a la organización. El micromanagement , por si no habías escuchado antes el término, es una forma de gerenciar ejerciendo control excesivo sobre los miembros del equipo, prestando demasiada atención a los detalles del trabajo que realizan.

El gran problema de estos CEO’s novatos es que no saben ejercer su rol estratégico y se quedan «pegados» en roles de ejecución del día a día, perdiendo el foco en la construcción del negocio en el largo plazo. Muchos de ellos deben dar un paso al costado cuando las empresas comienzan a crecer para permitir que lo haga y no entorpecer su desarrollo, pero se resisten a hacerlo. Le pasó a Steve Jobs en 1985, pero lo he visto después, más a menudo de lo que creía podía suceder.

Los líderes verdaderos inspiran, influyen y empoderan a sus colaboradores en la organización para la consecución del su visión con un propósito compartido. Así, su tiempo debería dedicarse al futuro y dejar el trabajo del presente a los managers. Pero no se trata de no preocuparse del presente en lo absoluto. Los buenos líderes deben hacer pequeñas cosas positivas que le importen a sus colaboradores, a diario.

Simon Sinek, a quien admiro mucho, dice que «No se trata de intensidad, se trata de consistencia«. Los verdaderos líderes se preocupan de su entorno personal, con una mirada introspectiva y de autoreflexión, impactando positivamente en su entorno inmediato. Algunos le llaman micro-liderazgo a este enfoque.

Hay demasiados CEO’s jefes dando vuelta, una fórmula del pasado que, hoy, en época post pandemia, dejó de ser efectiva. Hoy, con el trabajo a distancia, es fácil identificar a los verdaderos líderes, aquellos que conectan con sus colaboradores y facilitan el aprendizaje y el empoderamiento. En sólo un par de años, para el 2025, más del 75% de los actuales jefes serán millennials. Esos, los futuros CEOs, no le temerán al cambio e incorporarán nuevas maneras de pensar los negocios. Si no eres uno de ellos, es momento de desarrollar esas competencias y cambiar. Será la única forma de atraer y retener talento en las grandes compañías (o en aquellas que pretendan serlo).

Conoce qué tipo de líder eres conociéndote a ti mismo primero . ¿Te lo has preguntado alguna vez?

Unboxing people: ¡Sáquenme de la caja!

Seguramente muchos hemos visto algún video en Youtube cuyo título comienza con «unboxing…». Esos videos, que se han hecho comunes en los últimos años, nos muestran todos los componentes de un producto recientemente adquirido y el proceso de desembalaje y montaje desde el momento en que abrimos la caja. Todo está definido de manera cuidadosa, bien etiquetado y presentado. Nada parece dejado al azar.

Eso funciona bien para los productos, especialmente los electrónicos. Pero ¿qué pasa cuando hablamos de personas? Sabemos que el potencial de una organización está limitado por el potencial del líder. La pasión y las características de quien lidera son las que generan las oportunidades o, por el contrario, son las limitantes de toda la organización. En organizaciones jerárquicas , muy dependientes de su dueño o fundador, se tiende a confundir a los líderes con la autoridad formal. Y ahí empiezan los problemas.

Cuando no reconocemos a nuestros líderes, esperamos que las instrucciones bajen de la autoridad superior. Sin embargo, la comunicación y las ideas no deberían fluir siempre desde arriba hacia abajo. Eso es una limitante de crecimiento y alcance. En vez de entregar el poder a uno o unos pocos en la organización, un modelo basado en redes, entrega la influencia a muchos. La hace menos dependiente y más empoderada, capaz de generar ideas creativas e innovación permanente, hoy claves para subsistir en cualquier emprendimiento.

Un buen ejemplo de lo anterior es lo que le pasó a Microsoft cuando se enfrentó a la amenaza de internet. Debo reconocer que yo mismo fui, al igual que Goldman Sachs, un escéptico sobre las posibilidades de subsistir de esta empresa con el crecimiento de internet. La clave de Microsoft fue su sistema nervioso de comunicaciones, que hizo que la información y las tendencias fueran conocidas por todos sus empleados, pero fue sólo un pequeño grupo de ellos quienes las vieron y gatillaron el cambio, desde abajo hacia arriba. Microsoft abrazó este cambio y fue pionero en empujar la nueva tecnología para surfear la ola correctamente.

¿Qué se necesita para lograr lo que hizo Microsoft en empresas jerárquicas y tan grandes? Una de las primeras cosas que se debe hacer para movilizar y empoderar a los colaboradores es eliminar o dar menor relevancia a las etiquetas de cargo, responsabilidades o incluso de género o nacionalidad, ya que son limitaciones que autoimponemos a la creatividad de las personas. Si queremos que piensen «fuera de la caja», primero debemos sacarlos de la caja para permitirles crecer.

En todos los ámbitos de nuestra vida, la diversidad nos aporta riqueza. Por el contrario, en numerosas ocasiones, tenemos la tendencia de “etiquetar” a personas con características concretas e inmutables para ubicarlas en una categoría determinada que las defina específicamente. A menudo operamos de esta manera sin darnos cuenta de que estamos limitando nuestra percepción de los demás, perdiendo de vista la complejidad de todos, sus características únicas y, en última instancia, todo el valor que aporta la diversidad.

Al dejar de encasillar a las personas y permitirles acceder a la información libremente, estaremos generando oportunidades de co-creación, confianza y transparencia únicas, que mostrarán tempranamente efectos positivos sobre la cultura y la productividad.

Ya no tengo esperanzas

Un padre de familia le pedía ayuda a Dios de la siguiente manera: «Señor, sabes que estamos necesitados y pasamos penurias. Por favor, haz que me gane la lotería». Pero eso no sucedía, a pesar de lo cual el hombre no dejaba de implorar una y otra vez el ansiado premio. Hasta que un día, en medio de su plegaria, oyó una voz profunda que le dijo: «Por favor, compra algún número de lotería».

Nos gusta vivir esperanzados. Es nuestro combustible que nos dota de sentido a nuestras vidas y, de esta forma, lo bueno que nos sucede adquiere mayor relevancia y lo disfrutamos más. Brené Brown, destacada académica estadounidense, escritora de varios best sellers, dice que «necesitamos esperanza como necesitamos el aire». Pero ojo, si no ponemos de nuestra parte, como en el ejemplo de la lotería, nada sucederá.

La esperanza es una de las cosas que más moviliza a las personas y es un agente de cambio en nuestras vidas. Es un sentimiento presente direccionado hacia un resultado futuro. Esperar que te vaya mejor en la vida, en tu matrimonio, en tu nuevo emprendimiento e incluso ganarse la lotería, son cosas naturales que todos hemos vivido; parece ser lo razonable para darnos fuerza y motivación para avanzar. Podríamos decir que la esperanza es la expectativa que se tiene respecto de los resultados de algún suceso o una actividad que se emprende.

Pero sentarse a esperar que las cosas cambien por sí mismas es peligroso, porque el poder se entrega a lo externo, normalmente a otro. Pareciera ser que la esperanza nos pone del lado del espectador y, en determinadas ocasiones, se relaciona con un intento de superar el miedo.

Pero, ¿qué pasa cuando nos despojamos de toda esperanza?

Ocurre lo contrario. La esperanza viene de la idea de esperar algo, en vez de entrar en acción para hacer que las cosas cambien. El abandonar toda esperanza es renunciar a las expectativas y deseos egoístas que, al fin y al cabo, causan sufrimiento y resentimiento con el otro porque no hizo lo que yo esperaba. En este sentido, la esperanza mal orientada refuerza la falsa creencia de que la vida no es justa, apuntando a algo externo para la resolución de todos tus males.

Si nunca pedí algo, ¿qué me da derecho a esperar ese algo del otro? Las expectativas, la mayoría de las veces, son cosas no dichas, lo que nos lleva al plano de una mala o nula comunicación. Ahí nacen, cuando la expectativa difiere de la realidad, la rabia y el resentimiento, fuentes de emociones restrictivas que llevan a la necesidad de protegernos y en algunos casos incluso al deseo de venganza.

Pero la esperanza no es el problema. De hecho, es fundamental en nuestras vidas ya que es un estado de ánimo que nos moviliza a la acción, a ser protagonistas de nuestro destino. El problema es el apego emocional a ella. Ten esperanza, pero actúa en consecuencia de tus expectativas para que las cosas pasen.

En las culturas guerreras, como la de los samuráis por ejemplo, el código de bushido indicaba que una virtud para mantener la serenidad en todo momento era no tener miedo ni esperanza: «Una vez el guerrero está preparado para el hecho de morir, vive su vida sin la preocupación de morir, y escoge sus acciones basado en un principio, no en el miedo».

¡Quien nada espera, nada teme!

Baja los flaps

¿Te has preguntado alguna vez para qué sirve cada una de las partes del ala de un avión? ¿Has escuchado alguna vez la expresión «baja los flaps» ? No se si te lo han dicho directamente a ti, pero estoy seguro que debes haberla escuchado decir alguna vez.

Los flaps son unas superficies móviles que se encuentran en las alas de los aviones y permiten, al extenderlas, que éste vuele más lento, sin perder la sustentación. Se utilizan siempre cuando el avión se encuentra más cerca del suelo, aportando mayor seguridad al vuelo.

Escuché esa frase varias veces mientras realizaba el curso de piloto de planeadores. Pero posteriormente, cada vez que escuché a alguien decírmelo, ya no era por el mismo motivo y pensaba que a lo mejor era una metáfora porque me veían estresado o estaba evidenciando mi ansiedad, por llevar una vida muy acelerada. El llamado que al parecer me hacían era a bajar revoluciones, a andar más lento por la vida, pero yo nunca hice caso.

Sentía que debía estar en control de mi futuro y eso sólo lo podía lograr estando en todo, preocupado de los detalles. En el mundo empresarial, eso se denomina micromanagement, y es una de las acciones más dañinas que un gerente puede realizar al mando de una empresa. Ese control no era otra cosa que la expresión de la obsesión por alcanzar objetivos y metas, generalmente impuestas por la sociedad y el mundo exterior. Pocas veces reflexionamos sobre nuestro propósito ni nos cuestionamos si nuestras acciones y relaciones están en concordancia con él, si sirven para alcanzarlo. Simplemente nos dejamos llevar por los controles sociales, que terminan determinando nuestra conducta.

Sin embargo, sólo cuando nos sentimos cerca del suelo, en una crisis, o en una situación de búsqueda y crecimiento personal, cuestionándonos el propósito y el significado de las cosas, es cuando nos damos el tiempo para reflexionar y conversar con nosotros mismos. El autoconocimiento exige tiempos para ti, en soledad, en calma. Exige que vayas más lento, en un viaje seguro, con los flaps abajo.

En el libro «Dejar ir» de David R. Hawkins, el autor dice que muchas personas, sobre todo en las grandes ciudades, aprenden a vivir con la adrenalina alta. La amenaza para la sobrevivencia es la que los mantiene en esos niveles, lo que lleva a la gente a deprimirse los fines de semana o durante las vacaciones, cuando la producción y el efecto anestésico del cortisol baja considerablemente. Se trata de gente adicta a la excitación y a la estimulación anormal, acostumbrada a la euforia inducida por los altos niveles de cortisol.

Estoy seguro que yo soy un poco así, por lo que he buscado fórmulas simples que me permitan bajar los flaps, pero de manera más permanente, lo que me ha ayudado mucho en los últimos años. Te dejo tres formas simples que he encontrado y he comenzado a practicar para avanzar en este camino:

Propósito: Enfocarte en hacer las cosas que contribuyen a tu propósito y dejar de perder el tiempo en aquellas que no aportan a nuestras vidas es el norte para guiar tus acciones.

Decir NO: Aprender a decir que no cuando sea necesario no es nada fácil. Hay que hacerlo de manera asertiva.

Gratitud: Practicar la gratitud es comenzar a enfocarnos en lo que tenemos en vez de en lo que nos falta, agradeciendo por ello diariamente. Esto nos dará una perspectiva positiva de la vida.

Este proceso, de vivir de una manera más consciente y significativa, disfrutando cada momento de la vida al máximo, nos permitirá encontrar mayor tranquilidad y felicidad. Muchas veces, cuando nos damos cuenta de ello, ya es demasiado tarde, por lo que el consejo es aprender a liberarnos de las distracciones externas y dejar que la vida fluya en nosotros, para así encontrar en ella el verdadero placer de hacer lo que nos apasiona. ¡Baja los flaps!

¿A qué venimos?

La primera vez que escuché el término japonés kaizen fue en la universidad, hace ya algunas décadas. Al descomponer la palabra en dos, nos encontramos con los términos kai, que podría traducirse como “cambio” en japonés y zen, que significabueno”. El caso de Toyota era el mejor ejemplo académico de su aplicación al mundo industrial en esa época, lo que le ha permitido por décadas, a este gigante del mundo automotriz, la mejora continua, siempre bajo el lema ¡Hoy mejor que ayer, mañana mejor que hoy!”

Una de las gracias que tiene esta metodología, es que las mejoras se realizan a través de pequeños cambios en distintos ámbitos, en general simples y concretos, que permiten avanzar hacia el objetivo buscado. ¿Podría este mismo concepto aplicarse a nuestro ser, a nuestra evolución de consciencia, a nuestro proceso de búsqueda interior?

El objetivo que perseguimos en nuestra vida es individual y, por ende, no tiene por qué ser el mismo para todos, aunque al parecer existe un consenso filosófico o religioso sobre el propósito de la vida, en el cual deberíamos intentar siempre mejorarnos y evolucionar como personas. ¿Te has preguntado alguna vez a qué venimos los seres humanos al mundo? Hoy se habla mucho de propósito personal y algunos incluso han llegado a agregar un nuevo término a la escala de motivaciones de Maslow para darle un lugar e importancia más relevante. En efecto, según ellos, la autorrealización ya no sería suficiente. Hay que ir por más, por la trascendencia.

Últimamente he conocido mucha gente que está en la misma, en esa búsqueda que le permita alcanzar mayores niveles de consciencia y aportar al mundo con su grano de arena para dejarlo mejor de lo que lo recibió. Pareciera ser que cuando uno pone la atención en algo, esa energía se canaliza para que las cosas pasen. Todos ellos dejaron de buscar afuera y comenzaron a poner la energía y mirar hacia adentro.

Hace poco leí el extraordinario libro «El hombre que vendió su Ferrari», de Robin Sharma. Lo tenía pendiente desde hacía ya un par de años. Lo recomiendo a ojos cerrados, a todo el mundo. Las enseñanzas de Julián, el abogado que después de alcanzar riqueza y fama, tuvo lo que él mismo llamó su «despertar» y se volcó a encontrar su razón de existir, nos dice que una de las cosas que debemos hacer para esta mejora continua es comenzar, de a poco, a eliminar nuestros pensamientos negativos. El kaizen se basa en la idea de que siempre es posible mejorar, todo el tiempo, desde  una perspectiva positiva de la vida.

Julián nos dice en el libro que nuestra mente es como un jardín, el que debemos cultivar a diario para que florezca, eliminando de él las preocupaciones y los pensamientos tóxicos, para permitir que florezca. Pero también nos advierte que esta mejora debe partir siempre desde dentro, de uno mismo, por lo que el autoconocimiento, el aprendizaje continuo y el autoliderazgo son básicos para lograrlo.

Increíblemente, uno de los aspectos que más me ha llamado la atención en todas estas personas que he conocido, es que en esa búsqueda interior dejaron de darle la relevancia predominante al dinero, al aparente “éxito”, a la fama o a las cosas materiales. En reemplazo,  el tiempo tomó su lugar y comenzó a jugar un rol fundamental. La buena gestión de este recurso, el único realmente escaso e irremplazable, es la verdadera conquista que tiene a su alcance el ser humano. Alcanza la riqueza máxima quien es libre para gestionar adecuadamente y de manera productiva su tiempo. En 1957, Cyril Parkinson formuló tres leyes, que trascendieron el ámbito social y productivo en el que habían sido concebidas, para alcanzar el ámbito de la vida cotidiana y del crecimiento personal.

  1. Sobre el tiempo: “El trabajo se expande hasta llenar el tiempo de que se dispone para su realización.”
  2. Sobre el dinero: ¨Los gastos aumentan hasta cubrir todos los ingresos.”
  3. Sobre la priorización (Ley de la Trivialidad): “El tiempo dedicado a cualquier tema de la agenda es inversamente proporcional a su importancia.”

Aplicando estas tres leyes, podríamos gestionar nuestro tiempo de una manera más coherente para alcanzar nuestro propósito. Analógicamente, con el dinero ocurre algo similar y sin importar cuánto dinero ganemos, intentaremos cubrir ese monto con gastos. Pareciera ser que lo que planteó Adam Smith en 1776, de que «No puede haber una sociedad floreciente y feliz cuando la mayor parte de sus miembros son pobres y desdichados«, es algo que podemos cambiar.

Aunque es cierto que los hallazgos empíricos concuerdan en que la gente más rica tiende a ser más feliz que la gente más pobre, los índices de felicidad han permanecido estables en el tiempo a pesar de los sorprendentes aumentos de la renta real de las personas. Aún así, la gente sigue hipotecando tiempo en favor de un futuro mejor, basado en lo material. Lo importante es no perder de vista el camino, aprovechar el hoy y dar siempre pequeños pasos que nos permitan avanzar equilibradamente y en paz hacia ese futuro que anhelamos, pero que nunca llega.

¿Cuántas veces estamos concentrados en el futuro y no aprovechamos los buenos momentos del presente? ¡La vida está sucediendo ahora!